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Confiar en la Luz: Del Monte, la Tierra y el Animal Interno

Actualizado: 26 may


“Y habló HaShem a Moshé Behar Sinai — en el Monte Sinaí.” (Vayikrá 25:1)


En apariencia, la parashá comienza con un simple dato geográfico: “En el monte Sinaí”. Pero la Torah no es un libro de historia ni de geografía; es un mapa del alma. La palabra Behar significa “en el monte”, y Sinaí tiene un significado mucho más profundo que una ubicación física. Según nuestros sabios, Sinaí representa un nivel de conciencia elevado, una vibración espiritual en la que la voz de HaShem puede ser percibida directamente dentro del corazón humano.


La raíz de “Sinaí” también está relacionada con “sin’ah” (שנאה) — odio, ya que allí comenzó la resistencia de las naciones al mensaje de unidad y santidad de la Torah. Y sin embargo, fue también el lugar donde la luz más pura fue revelada al mundo. Esto nos enseña que las resistencias externas e internas no son pruebas de que estamos lejos de la luz, sino señales de que estamos muy cerca de ella. Sinaí no es solo un monte; es una invitación a elevarnos por encima de nuestras limitaciones interiores.


La guematria de Sinaí Leemor (סיני לאמר) — “Sinaí diciendo” — es 401, exactamente la misma que la palabra Et (את). Et representa la totalidad del alfabeto hebreo, desde la alef hasta la tav: todo lo que existe. Es decir, cuando HaShem habla desde Sinaí, no está diciendo una cosa más entre muchas, está revelando la totalidad del sentido en todo. Esa es la luz de la Torah: la que da dirección, propósito y profundidad incluso a lo cotidiano.


Shemitá: La confianza de la tierra



Tras la revelación del Sinaí, la Torah nos lleva a una mitzvá que parece agrícola, pero es profundamente espiritual: la Shemitá, el año sabático. Cada siete años, la tierra debe descansar. Pero esto no es solo un mandato ecológico; es un llamado al alma. La tierra representa nuestro cuerpo, nuestra materia, nuestra acción en el mundo. El séptimo año simboliza el momento en que dejamos de controlar, de manipular, de dominar — y confiamos.


Confiamos en que hay sustento aunque no sembremos. Confiamos en que hay valor aunque no produzcamos. Confiamos en que el mundo no depende solamente de nuestro esfuerzo. Así como el alma necesita un Shabat, el cuerpo también necesita un silencio, un respiro. La Shemitá es una terapia para el alma moderna: dejar de hacer para simplemente ser.


Y esto solo es posible si hay confianza. Por eso, nuestros sabios dicen que Shemitá es una de las mitzvot más difíciles, no porque implique grandes sacrificios físicos, sino porque desafía directamente nuestro miedo existencial: el miedo a no tener. Y sin embargo, la Torah promete: “Y si preguntas: ‘¿Qué comeremos en el séptimo año?’… Yo enviaré mi bendición en el sexto” (Vayikrá 25:20–21). La verdadera abundancia llega cuando soltamos el control.


Yovel: El regreso a la raíz



Cada 50 años, llega el Yovel — el Jubileo — y todo vuelve a su origen: las tierras regresan a sus dueños originales, los siervos son liberados, las deudas se perdonan. El mundo se reinicia. Este concepto no es solo social o económico; es profundamente espiritual.


El Sod (misterio) del Yovel es que el alma también necesita regresar a su raíz. Es un recordatorio cósmico de que nada nos pertenece realmente, y que todo lo que tenemos es un préstamo sagrado. En este ciclo, no solo la tierra descansa, sino que el alma recuerda su origen. Todo regresa a su punto de partida: la unidad con HaShem.


Nuestros sabios explican que el Yovel simboliza la Gueulá final, la redención última, cuando toda la creación volverá a su fuente. Es un recordatorio de que la historia no es una línea recta, sino una espiral que siempre regresa a la Luz.


El “animal interno” y el deseo que también puede ser sagrado


La semana pasada, en Parashat Emor, la Torah nos enseñó una ley muy peculiar: los animales que se ofrecían en el Templo debían ser físicamente completos, sin defecto. “No me traigas un animal mutilado”, dice el texto. Esto puede parecer simplemente un mandato ritual, pero en la dimensión interna de la Torah, tiene una enseñanza mucho más profunda.


El alma humana también tiene un “animal” dentro de sí — el alma animal como lo llama el Tania, o lo que nuestros sabios describen como la fuerza de deseo que pulsa dentro del ser. Y muchas veces, cuando las personas se acercan al camino espiritual, piensan que esa parte hay que apagarla, reprimirla, incluso eliminarla. Pero la Torah nos dice otra cosa: HaShem no quiere que te presentes ante Él mutilado emocionalmente, con el alma castrada o con tu deseo negado. Él quiere que traigas tu deseo entero, íntegro — pero dirigido, elevado.


Y aquí entra una imagen poderosa del Talmud (Julín 109b) que parece estar desconectada… pero en realidad completa el mensaje: “Ni siquiera puedes castrar a un perro.”


El perro, en hebreo kelev (כלב), puede entenderse como una contracción de “kol lev” — todo corazón. Representa la energía emocional intensa, visceral, instintiva. Simboliza ese fuego que desea, que ladra, que corre tras lo que le atrae, sin filtro ni freno. Y el Talmud nos dice que incluso eso — incluso el deseo en su forma más cruda — no debe ser eliminado, sino transformado.


Nuestros sabios explican que el perro es símbolo del “Sitra Ajra”, el “otro lado” de la conciencia, la parte de nosotros que dice constantemente “¡Dame, dame!”. Pero no para demonizarlo, sino para señalar que incluso esa parte proviene de una raíz sagrada. El Zohar enseña que todo lo que existe, incluso lo que parece opuesto a la luz, tiene una chispa divina esperando ser redimida.


Entonces, cuando Parashat Emor nos dice: “No me traigas un animal incompleto”, no solo está hablando de vacas y corderos. Está hablando de tu alma. Y cuando el Talmud dice que no castramos al perro, está diciendo: no cortes tu deseo, no mutiles tu energía interior, porque allí mismo está la materia prima de tu transformación.


Rabí Shimón bar Yojai, nos da el mapa del alma que está conectado con la parasha de esta semana: Él enseñó que el fuego no debe ser apagado, sino convertido en llama sagrada. No se trata de anular el fuego, sino de cambiar su dirección. No se trata de ocultar el deseo, sino de usarlo como combustible espiritual. No se trata de eliminar el dolor, sino de revelar la luz que está atrapada dentro de él.


Tu Behar Sinai está en tu deseo



Esta es la revolución del jasidismo: la idea de que lo divino no se encuentra únicamente en lo elevado, sino también en lo bajo. No solo en el monte Sinaí, sino en el corazón que arde de deseo. No solo en la plegaria serena, sino en el impulso intenso, en el anhelo que no sabes cómo explicar. Ahí también está HaShem.


Tu Behar Sinai personal no siempre es una cima de claridad. A veces es una tormenta emocional, un deseo que no puedes controlar, una lucha interna. Pero si estás ahí — si permanecés ahí con conciencia y humildad — vas a oír la voz que dice: “Leemor”. Vas a encontrar en ese fuego la palabra, la dirección, el propósito.


Como enseñaba Rabí Najman de Breslov, la pasión más intensa también puede ser la alegría espiritual más profunda. El mismo fuego que te arrastra hacia el placer superficial, puede transformarse en la llama que eleva tu plegaria, tu estudio, tu amor por HaShem y por los demás.


El Tania lo dice sin rodeos: el alma animal no es enemiga del alma divina, es su materia prima. No hay que reprimirla, sino educarla con dulzura, canalizarla con verdad, amarla sin miedo.


Una espiritualidad sin mutilación emocional


Muchos que vuelven al judaísmo, lo hacen con hambre de luz, pero también con miedo: miedo a no estar “listos”, a ser juzgados por sus pasiones, por su pasado, por sus deseos. Pero el mensaje de esta parashá, de esta época del calendario, de la voz del Sinaí, es claro:


No tienes que traer una versión “aceptable” de ti mismo. Tienes que traer tu ser entero, con todo su fuego.


HaShem no quiere tu obediencia sin alma. No quiere tu deseo apagado. Quiere tu deseo elevado. Quiere que tomes ese “perro interior” que tanto corre, tanto ladra, tanto anhela… y lo conviertas en un compañero fiel en tu camino sagrado. No como enemigo, sino como parte del servicio divino.


No castrar el perro es no castrar tu alma. No castrar tu fuego. No castrar tu humanidad.


Muchos que regresan al camino espiritual lo hacen con miedo. Miedo a no ser suficientes, miedo a sus pasiones, miedo a sus sombras. Pero la Torah — como luz — no viene a juzgarte, sino a iluminarte. Incluso desde el lugar más oscuro puede nacer un nuevo canto. Incluso tu perro interior, la parte animal de tu alma, si lo miras con amor y conciencia, puede llevarte a servir a HaShem con “todo tu corazón, toda tu alma y toda tu fuerza”.


Conclusión: Donde descansa la tierra, despierta el alma


Parashat Behar nos enseña sobre el Shabat de la tierra, el año de Shemitá, el momento sagrado en el que todo se detiene, todo vuelve a su origen. Es un llamado a la libertad interior, a dejar de poseer y comenzar a escuchar. En ese reposo, no solo la tierra descansa: el alma se revela.


Esta enseñanza dialoga con lo que nuestros sabios dijeron del animal interior — ese deseo instintivo que habita en nosotros. Y la Torá nos dice: No mutiles tu energía, no reprimas tu fuego. No se trata de apagar el deseo, sino de transformarlo en llama sagrada.


Así como no debemos trabajar la tierra durante el séptimo año, tampoco debemos forzar nuestra alma a ser lo que no es. Debemos permitir que el deseo repose, se eleve, se redima. Porque en ese impulso animal también habita una chispa de divinidad.


Behar Sinai no es solo una montaña en el desierto. Es el lugar dentro de ti donde tu fuego y tu silencio se encuentran, donde el deseo deja de ser ruido y se convierte en plegaria. Donde incluso tu parte más baja puede subir, si se le guía con amor.


Que tengamos el coraje de dejar descansar nuestras tierras internas. Que no temamos mirar nuestros deseos. Que sepamos ofrecerlos como fuego puro. Porque ahí, justo ahí, comienza nuestra libertad.


Confía. Sinaí aún habla.

 
 
 

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