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Shelaj Lejá – Conviértete en el gigante que no teme

Shelaj Lejá (שלח לך), “Envía para ti”, parece a simple vista una instrucción logística: enviar espías para explorar la tierra de Canaán. Pero nuestros sabios enseñan que en la Torah no hay casualidades. Si Hashem permite algo, incluso si no es Su voluntad inicial, es porque allí hay una lección eterna para el alma.


Hashem le dice a Moshe:


“Shelaj lejá” – “Envía para ti espías”.


El Midrash explica que Hashem no lo ordenó, sino que lo permitió. Porque la duda, cuando nace de la falta de emuná (fe profunda), solo puede llevar a la confusión. Y sin embargo, Hashem lo permite… ¿por qué?


Porque el camino espiritual no es solo luz y certeza. Es también enfrentar las sombras, los miedos y las ilusiones de separación. Como enseñan los sabios del jasidismo: “La caída es para el ascenso, el descenso es parte del movimiento hacia la redención.”


La historia: los espías y la ilusión del miedo


Doce hombres fueron enviados. Príncipes de cada tribu. Sabios. Vieron la tierra. Era buena. Rica. Fértil. Trajeron frutas tan grandes que necesitaban dos hombres para cargar un racimo de uvas. Pero junto con eso, trajeron miedo:


“Vimos gigantes, y nosotros nos veíamos como langostas, y así nos veían ellos también.”(Bamidbar 13:33)


Aquí está el centro de la caída: No por lo que vieron, sino por cómo se vieron a sí mismos. Cuando el alma se ve pequeña, todo a su alrededor se convierte en una amenaza. El jasidismo enseña que esta es una de las ilusiones más destructivas del yetzer hará (inclinación al mal): convencerte de que no eres suficiente. Que no estás listo. Que no puedes. Que no eres digno. Y una vez que crees eso, todo lo demás se derrumba.


El espejo del presente: cómo esta parashá me habla hoy


Nuestros sabios dicen que cada año nuestra alma se alinea con la energía de la Torah. Es decir, que lo que vivimos no es casual. Repetimos los mismos movimientos, las mismas pruebas, pero en nuevos escenarios.


Y este año, la lectura de Shelaj Lejá me encontró ansioso. He estado esperando la apertura de un negocio, una oportunidad que lleva tiempo gestándose. Pero esa espera se ha llenado de ansiedad, de deseo de que los tiempos de Hashem se alineen con los míos. Como si yo supiera mejor cuándo y cómo deben pasar las cosas. A eso se suma un proceso de reubicación. Un etapa que, aunque deseada, siempre genera tensión y stress. Cambiar de espacio es casi como cambiar de piel.


Y en medio de todo esto, me descubrí igual que los espías: mirando hacia adelante con miedo, proyectando gigantes, dudando de lo que soy capaz.


Pero cuando detengo la mente y escucho el alma, veo otra realidad: Hashem me está trayendo nuevas fuentes de sustento, que estaban en mis planes también pero que quizás no le estoy dando el valor o la importancia por estar enfocado en lo que yo creo que es lo que más necesito… y es ahí cuando me doy cuenta que a pesar de mi ansiedad, No estoy solo…Nunca lo he estado… Nunca lo estuve…pero YO me sentí así!!!


Los gigantes de Shelaj Leja no están allá afuera. Los verdaderos gigantes son las ideas dentro de mí que me susurran que no puedo. Que me dicen que si no sucede como yo quiero, entonces algo está mal.


Pero Hashem dice:

ֲנִי נוֹתֵן אֶת הָאָרֶץ הַזֹּאת לָכֶם

Ani notén et ha’áretz hazot lajem  “Yo doy esta tierra a ustedes.”


No dice: “si se esfuerzan suficiente” o “si no tienen miedo”. Dice: “Yo doy.”…aquello que me causa ansias no debe preocuparme, Ya está dado…El desenlace está escrito…y en lo entregara en su momento. Lo único que El me pide es caminar con certeza


Lo que el Jasidismo y la Kabalá enseñan sobre los gigantes


El Maguid de Mezritch explica que los espías fallaron porque su deseo era espiritual: no querían dejar el desierto, donde todo era milagroso. El mana bajaba del cielo. La nube los guiaba. El agua brotaba de la roca. Temían que, al entrar en una tierra de trabajo físico y leyes naturales, perderían su conexión con Hashem.


Pero el Baal Shem Tov enseñó que la verdadera espiritualidad no está en huir del mundo, sino en transformarlo. Hashem no quiere que escapemos de la materia. Quiere que la elevemos. Que cultivemos la tierra, que trabajemos, que abramos negocios, que mudemos nuestras casas —pero que lo hagamos con conciencia divina. Ese es el Tikún. Ese es el propósito.


La Kabalá enseña que la “tierra prometida” no es solo un territorio físico. Es una conciencia. Es la manifestación de Maljut, el nivel en donde todo lo espiritual se revela en lo físico. Entrar a la tierra es un acto de fe: creer que lo divino puede habitar en lo cotidiano.


Y los gigantes son los klipot (capas de oscuridad), que existen solo para que las venzamos. Pero si nos vemos como langostas, les damos poder. Si nos vemos como almas infinitas, los deshacemos con nuestra luz.


Convertirse en Caleb y Yehoshua



De los doce, dos no cayeron en el miedo.


Caleb, cuyo nombre puede leerse como “Kulo Lev” – todo corazón. Él fue a Hebrón a rezar sobre la tumba de los patriarcas. Su fuerza venía de la conexión con sus raíces.


Yehoshua, cuyo nombre original era Hoshea, recibió de Moshe la letra yud y se convirtió en Yehoshua – Hashem es mi salvación. Esto enseña que la certeza nace cuando recuerdas que no estás solo. Que tu victoria no depende de tu fuerza, sino de tu alineación con la voluntad divina.


¿Y ahora qué hago con esto?


Siguiendo el consejo de un gran amigo, cada vez que aprendo algo nuevo me pregunto: “¿Y ahora qué hago con esto?” Porque la Torah no se estudia para guardar. Se estudia para vivir.


Esta semana leí Shelaj Lejá y me vi reflejado en cada línea. No como un espía, ni como un líder. Me vi como alguien esperando. Esperando que un negocio se concrete. Esperando que la vida se alinee. Esperando, quizás sin querer, que los tiempos de Hashem se acomoden a los míos.


Y en esa espera, me encontré con una gran verdad: Hashem ya me dio la tierra. No tengo que conquistarla solo. Solo tengo que caminar. Y caminar con Emunah Y Bitajon /Fe y Certeza aunque no vea el camino completo.


El miedo distorsiona la realidad. Así como los espías vieron gigantes donde había desafíos, muchas veces yo también veo amenazas donde hay oportunidades. Ver gigantes es fácil. Lo difícil es creer que puedo vencerlos. Pero ahí comienza la fe.


La caída más grande no fue por los gigantes que vemos afuera, sino por la visión que teníamos de Nosotros mismos. Los espías Dijeron: “Nos veíamos como langostas…” Y ahí entendí otra clave: yo elijo cómo me veo. Me veo como una langosta o como un alma divina. Pequeño o canal de luz. Esa elección cambia todo.


En estos días he sentido ansiedad. Estoy en medio de una mudanza, con todos los movimientos emocionales y físicos que eso trae. Queriendo controlar lo que no se puede controlar. Pero la parashá me recuerda: La tierra ya fue entregada. Hashem solo me pide avanzar con certeza. El camino se abre paso cuando hay confianza en el plan superior.


Y aquí viene un giro hermoso: el mundo físico no es un obstáculo espiritual. Es su escenario. Los espías pensaron que una tierra con desafíos físicos no podía ser parte del plan divino. Pero los sabios enseñan que la redención se revela en lo cotidiano. Ahí, en el negocio que avanza lento, en la casa por empacar, en el cansancio y en las decisiones diarias, está la Luz.


Y sí, aparecen gigantes. A veces no tienen nombres bíblicos, pero sí nombres conocidos: miedo, inseguridad, dudas, el ego que susurra que no soy suficiente. Pero también dentro de mí hay un gigante. Uno que no necesita gritar. Uno que camina con corazón firme y alma encendida.


Y justo cuando pienso que una puerta se cierra, descubro que otras se abren. Fuentes de sustento que no esperaba, ayudas que llegan de lugares desconocidos. Hashem no me deja caer. Me sostiene incluso cuando no lo veo.


Yo soy parte del plan. Mi historia, con todo lo que incluye, forma parte del diseño divino. Soy un canal de luz. Y cuando actúo como tal, no hay sombra que me detenga.


Entonces, ¿qué hago con esto? Hoy Decido ver con los ojos del alma. Decido dejar de verme como langosta y recordar que la Luz vive en mí. Decido confiar, aunque no entienda. Decido caminar, no con miedo, sino con la certeza de que Hashem ya me dio la tierra.


Y si aparecen sombras, miraré al frente y diré: “Ustedes no son más grandes que la luz que vive en mí.”

 
 
 

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