
BaMidbar - Un desierto para escuchar
- Luis Alfredo De la Rosa
- 26 may
- 7 Min. de lectura
Esta semana La Torah nos entrega un nuevo libro: Bamidbar (Numeros) con una escena aparentemente simple, pero cargada de profundidad espiritual:
וַיְדַבֵּר יְהוָה אֶל־מֹשֶׁה בְּמִדְבַּר סִינַי
Vayedaber HaShem el-Moshé b’midbar Sinai - “Y habló HaShem a Moshé en el desierto de Sinaí”(Bamidbar 1:1).
Este versículo, que marca la transición hacia una nueva etapa del pueblo de los Hijos de Yisrael, nos invita a detenernos y preguntarnos: ¿por qué HaShem eligió hablarnos en el desierto? ¿Qué representa este lugar árido, solitario y aparentemente inhóspito?
Bamidbar - El Desierto que nos Habla

Bamidbar (בַּמִּדְבָּר) significa “en el desierto”, y proviene de la raíz מדבר (MDBR), que también da origen al verbo “hablar” (ledaber) y a la palabra “palabra” (davar).
Esto nos muestra un primer nivel de significado: El desierto (midbar) es el lugar donde ocurre la palabra (davar), es decir, donde HaShem se comunica con el alma.
El valor numérico de בַּמִּדְבָּר es 248. Esto es sumamente significativo: 248 es el número de órganos del cuerpo humano según la tradición del Talmud. También corresponde a las 248 mitzvot aseh(mandamientos positivos de la Torah). 248 representa la totalidad del ser — el cuerpo y sus acciones en armonía con la voluntad divina.
“El desierto” representa el punto donde el alma se alinea con su propósito y se entrega por completo al servicio divino. Bamidbar (248) es donde el cuerpo, el alma y la palabra se hacen uno.
Nuestros sabios, y en particular los maestros jasídicos, ven en el desierto una metáfora del alma en búsqueda. El desierto es un lugar sin caminos definidos, sin casas, sin ruido. No tiene dirección, ni sombra, ni estructura… y justamente por eso es el lugar más propicio para escuchar.
Cuando nos desprendemos de nuestras propias certezas, de nuestras expectativas, de nuestros deseos de controlar, cuando dejamos de aferrarnos a lo conocido, entonces comenzamos a hacer espacio para que HaShem nos hable. El desierto representa el vacío fértil donde puede nacer una nueva voz: la voz de la Torah dentro de nosotros.
El Midrash enseña: “La Torah no fue entregada en la tierra de Yisrael, ni en una gran ciudad, sino en el desierto, para enseñar que quien no se hace como un desierto, libre para todos, no puede merecer la Torah” (Bamidbar Rabá 1:7). ¿Qué quiere decir esto? Que el alma que busca la verdad debe vaciarse de orgullo, de prejuicios, de esa constante necesidad de definir quién es, qué merece, y cómo deberían ser las cosas. Solo cuando el corazón se hace como un desierto—abierto, receptivo, sin poseer nada—puede recibir la Torah viva. Este es el trabajo espiritual que inicia el libro de Bamidbar: despojarnos del ego para crear espacio sagrado.
El Alter Rebe explica en el Tanya que este trabajo de “bitul ha-yesh”—la anulación del sentido del “yo absoluto”—no es una negación de nuestra identidad, sino su elevación. No se trata de desaparecer, sino de ser un canal. El alma, cuando deja de centrarse en lo que quiere obtener, comienza a sentir lo que HaShem quiere de ella. Y en ese instante, el alma ya no está sola: está en diálogo con su Creador. Ese es el verdadero desierto: no vacío, sino potencial. No abandono, sino silencio fértil.
Soltar el control y dejar de pedir lo que yo quiero

Muchos que nos acercamos a Él Creador lo hacemos quizás buscamos respuestas, dirección, paz, bendición. Y está bien comenzar así. Pero hay un momento en el camino en que debemos soltar incluso eso. Nuestros maestros enseñan que la plegaria verdadera no es pedir que se haga lo que yo quiero, sino Suplicar que se haga Tu voluntad en mí”. Este cambio de eje es revolucionario. El alma deja de ver a HaShem como una fuente de soluciones, y comienza a verlo como un Socio, un Maestro, un Compañero de viaje.
Rabí Najman de Breslev decía que la plegaria más elevada nace del corazón quebrado. “Un corazón roto es un recipiente para la luz”. Cuando dejamos de luchar contra la realidad y aceptamos que no entendemos todo, que no podemos manipular todo, que no siempre vamos a obtener lo que queremos… algo se abre. No es resignación, es rendición a la voluntad divina. Es decir: “HaShem, yo ya no quiero solo lo que yo quiero. Quiero lo que Tú ves que necesito. Aunque no lo entienda, aunque no lo haya pedido”.
Un Desierto Personal

Ha habido momentos en mi camino espiritual en los que la constancia me ha faltado. La concentración en la tefilá ha flaqueado…. la motivación, como las arenas del desierto, se desmoronaba entre mis dedos. Y sin embargo, ha sido ahí —en ese silencio seco— donde he apdrendido a cerrar los ojos… y ver…Ver cuánto ha cambiado mi vida.
Cuando el ego quiere arrastrarme a creer que “nada ha cambiado”, o que “necesito más”, o que “no estoy donde debería estar”… cierro los ojos. Y ahí están mis hijas, con sus sonrisas que son Torah pura…ahí está mi esposa, que camina conmigo, que me sostiene, que me desafía a crecer… ahí está mi madre, que es fortaleza y ternura.
Antes, mis preocupaciones eran un océano. No veía salida. Pero cuando dejé de aferrarme a lo que “yo” quería, cuando comencé a decir con sinceridad “Que Sea Tu voluntad, no la mía”, HaShem comenzó a mostrarme el mapa. Un mapa que sólo se revela cuando suelto el mío.
He aprendido a cerrar los ojos y no mirar los logros, ni mis caídas. Hoy, incluso cuando no tengo claridad, SE que todo está bien. Ese conocimiento no viene del intelecto. Viene del alma vaciada de ego. Viene del desierto interior.
Y justo en medio de ese aparente vacío, han empezado a surgir otras cosas, inesperadas, incluso cosas que creía olvidadas o cerradas. No las pedí. Simplemente llegaron. Como si el Cielo me estuviera recordando que no todo lo que brota viene de nuestra siembra; a veces lo más profundo viene del silencio interior.
La parashá de esta semana ocurre precisamente en el desierto, bamidbar, y no es coincidencia. El desierto representa un espacio donde todo lo superfluo cae: no hay caminos, no hay casas, no hay comida, no hay nada que distraiga… solo nosotros y El Creador.
Nuestros sabios enseñan que el desierto es el símbolo de un alma que se vacía del ego para volverse un recipiente (Keli) de lo Divino. Quizás el dolor de esta etapa no es un castigo ni un retraso, sino una limpieza sagrada, una preparación. Quizás HaShem no ha dejado de hablarme — simplemente está esperando que yo me calle por dentro para escuchar.
Y por eso, abrir el corazón es más importante que entender el plan. Mi ego busca certezas, resultados, control. Mi alma solo quiere estar en presencia de la Voluntad Superior, aun cuando no la entiende.
Ahí en medio de ese desierto pienso: Quizás no es que se esté tardando en darme lo que quiero, sino que me está enseñando a esperar, a entender que sus tiempos son distintos a los míos, a querer solo lo que Él quiere para mí.
El Midrash Rabá y el Zohar explican que la Torah solo puede ser recibida por aquel que se hace como el desierto: abierto, sin dueño, sin orgullo, sin muros. El desierto simboliza la anulación del ego, el dejar ir la necesidad de tener razón, de controlar, de poseer.
En palabras del Baal Shem Tov: “La humildad no es pensar menos de ti, sino pensar menos en ti. Solo cuando el yo se hace pequeño, la luz de HaShem puede entrar.”
Bitajón: Confiar Sin Controlar
Una de las cosas más difíciles para mí ha sido soltar el impulso de controlar todo. Creo que debo entender el plan, anticipar los resultados, pedir exactamente lo que quiero. Pero la Torah enseña algo más profundo: la verdadera fe es confiar cuando no se entiende.
En Devarim 8:2, HaShem le recuerda al pueblo:
“וַיְנַסֶּךָ לָדַעַת אֶת־אֲשֶׁר בִּלְבָבְךָ” “Y te probó para saber lo que había en tu corazón…”
No para ver si cumplías solo con actos, sino si tu corazón podía confiar incluso en el desierto, incluso cuando no había agua, comida, certeza.
El Rebe Najman de Breslov decía: “Cuando sueltes tu necesidad de controlar, comenzarás a ver los regalos que HaShem ya tenía preparados para ti.”
A veces pedimos una puerta, y HaShem nos da una ventana. Pedimos una solución, y Él nos da un cambio, una transformación. Y aunque no entendamos por qué las cosas no suceden como queremos, siempre, SIEMPRE es para nuestro bien más elevado.
La paradoja del desierto: solo y acompañado

El Rebe de Lubavitch enseñaba que el desierto es el espacio donde se revela la verdadera identidad del alma. Cuando el mundo exterior ya no sostiene, cuando las estructuras caen, cuando uno ya no tiene hacia dónde correr… ahí aparece la verdad. Y la verdad es que nunca estuvimos solos. Solo estábamos rodeados de ruidos.
Esto es lo que significa Bamidbar: vivir en confianza aunque no haya señales. Saber que en el silencio hay voz. Que en el no saber, hay conocimiento. Y que el alma que se vacía de todo lo que no es verdadero, se convierte en morada para la verdad misma.
Ahí, en ese silencio, veo cuánto ha cambiado mi vida. Antes vivía con miedo, sin paz, tratando de resolver todo solo. Hoy tengo luz en mi hogar. Tengo una esposa que es mi compañera del alma. Tengo hijas que son mi alegría. Tengo a mi madre, pilar de amor y sabiduría. Y sobre todo, tengo a HaShem… aún cuando no lo sienta, Él está conmigo
Enseñanza: Soltar no es Rendirse — Es Recibir

La Parashá Bamidbar no es solo un prólogo al libro de los viajes del pueblo. Es una invitación eterna a que entres en tu desierto. A que vacíes tu corazón de ruido. A que dejes de pedir lo que tú quieres y comiences a recibir lo que HaShem tiene reservado para ti.
A veces, no es lo que queríamos. A veces, llega tarde. O de formas que no esperábamos. Pero si soltamos el timón, veremos que es exactamente lo que necesitábamos.
Cuando imaginemos la palabra Bamidbar, no solo pensemos en un lugar físico, sino en un estado del alma: El momento en que ya no buscamos controlar, ni entender todo, ni dirigir nuestro camino a la fuerza. Es el momento en que decimos: “HaShem, me rindo ante Ti. Aquí estoy, como un desierto. No sé el camino, pero confío en que Tu voz me guiará.”
En mi propia vida, he experimentado que cuanto más quiero controlar, más pierdo la paz. Y cuando suelto… cuando dejo de pedir lo que creo necesitar, y simplemente agradezco… ahí todo cambia. Miro a mi esposa, a mis hijas, a mi madre, y me doy cuenta: no estoy vacío, estoy lleno de bendiciones. Solo tenía que dejar de pedir y empezar a escuchar.
En cada Shabat, HaShem me invita nuevamente al desierto. A ese lugar íntimo donde no hay otra voz que la Suya. Y en ese lugar, El y yo conversamos. No hay juicio, no hay exigencia. Solo hay amor.
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