
Entre el cielo y la tierra: un viaje hacia la unidad
- Luis Alfredo De la Rosa
- 28 may
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 29 may
En algún momento de la vida, todas las personas, sin importar su trasfondo, comienzan a sentir una necesidad interior de algo más. No siempre se puede poner en palabras: puede aparecer como una incomodidad, una crisis, una búsqueda, un llamado. Es el alma queriendo despertar. Es la parte más pura de nuestro ser recordándonos que vinimos a este mundo no solo para sobrevivir, sino para conectar, crecer y transformar.
En ese proceso de despertar, muchas veces nos encontramos con una idea que se repite: para ser espirituales hay que dejar lo material. Para estar conectados con lo elevado, hay que desconectarse de lo de abajo. Como si tuviéramos que elegir entre la luz o la tierra, entre el alma o el cuerpo, entre lo eterno o lo cotidiano.
Pero si observamos con más profundidad, veremos que esta separación es una ilusión. Lo material no está separado de lo espiritual: es una expresión de lo espiritual. No vinimos a negar la vida, sino a elevarla, a revelar que lo Divino no está lejos, sino escondido dentro de lo cercano. La sabiduría judía —y muy especialmente los secretos revelados por el Zohar— nos enseñan que el mayor tesoro no está en escapar del mundo, sino en redimirlo. En encontrar a HaShem en lo cotidiano, en la mesa, en el trabajo, en la relación con los demás, en uno mismo.
El mes de Siván: una puerta a la unidad

El mes en el que nos encontramos ahora se llama Siván (סיוון), y está regido astrológicamente por el signo de Teomim (תאומים), Géminis, los gemelos. Este signo representa de manera profunda el gran dilema del alma: la dualidad. Sentimos que somos cuerpo y también alma. Razón y emoción. Necesidad de lo individual y necesidad de pertenecer. Vivimos en medio de tensiones: hacer o ser, recibir o dar, protegerme o abrirme. Pero Siván nos invita a dejar de ver estas fuerzas como enemigos, y empezar a verlas como complementos.
Géminis nos habla de la conexión, del puente, del diálogo entre partes. La energía de este mes no es de elegir entre extremos, sino de aprender a unificarlos. Es el mes donde se nos recuerda que podemos ser profundamente espirituales, sin dejar de ser humanos; y profundamente humanos, sin desconectarnos del alma.
Bamidbar: cuando el alma se vacía para recibir
Justo antes de la festividad de Shavuot, leemos la sección de la Torah llamada Bamidbar (במדבר), que significa “en el desierto”. Pero esta palabra, en su raíz hebrea, también está relacionada con davar(דבר), que significa “palabra”. Bamidbar no solo describe un lugar físico, sino un estado interior: el alma vacía de distracciones, abierta al mensaje.
El desierto representa el espacio en el que todo lo superficial cae. Allí no hay adornos, no hay ruido, no hay máscaras. Y es precisamente en ese estado, cuando dejamos de pretender, cuando soltamos lo que creemos saber, cuando nos vaciamos de ego y expectativas, que podemos escuchar la palabra que realmente importa: la voz del alma, la voz de HaShem.
Nuestros sabios explican que la Torah fue entregada en el desierto porque solo en el “no-lugar” puede entrar lo infinito. Cuando estamos llenos de nosotros mismos, no hay espacio para lo nuevo. Pero cuando entramos en modo Bamidbar, cuando aceptamos no tener todas las respuestas, cuando abrazamos el vacío con humildad, entonces algo extraordinario puede suceder: la revelación.
Shavuot: cuando cielo y tierra se encuentran

Shavuot no es solo una festividad: es un momento cósmico donde las puertas de la sabiduría divina se abren para cada alma que desea escuchar. Es el aniversario de la entrega de la Torah, pero no solo recordamos un evento; lo vivimos nuevamente. Porque el tiempo en la espiritualidad no es lineal, es cíclico: cada año, la misma energía de Sinaí baja al mundo, esperando que la recojamos con intención.
La Torah fue entregada en dos tablas, llamadas en hebreo Lujot HaBrit (לוחות הברית – Tablas del Pacto). En la primera estaban escritos los mandamientos que nos conectan con HaShem; en la segunda, los que nos enseñan cómo relacionarnos con los demás. Esta división no es accidental: la espiritualidad no puede existir sin ética, ni la ética sin conexión divina. La verdadera sabiduría no nos hace escapar del mundo, sino vivir en él con una conciencia más alta.
Shavuot es el día donde esa unión se revela: el cielo y la tierra se dan la mano. Es un día para recibir abundancia, no solo material, sino sobre todo espiritual. Y cuanto más nos vaciamos como el desierto, más podemos recibir. Como dice el Zohar, la luz solo puede habitar en el recipiente que ha sido preparado con humildad, amor y deseo genuino de transformación.
Cada año, la misma energía de revelación vuelve a descender al mundo. Shavuot (שבועות), que literalmente significa “semanas”, marca el final del conteo de siete semanas desde Pesaj. Pero también se puede entender como lo “juramento” (שבועה) —una doble promesa de amor entre el alma y su Creador. En ese momento, la humanidad no solo recibió un libro, sino una hoja de ruta espiritual para vivir en la Tierra con propósito, con sentido, y con luz.
Nuestros sabios explican que las dos Lujot haBrit (לוחות הברית, tablas del pacto) dadas en Shavuot no eran solo listas de mandamientos. Eran una estructura perfecta del alma: cinco principios dirigidos hacia HaShem (como reconocer Su unicidad, respetar Su nombre, honrar Shabat) y cinco dirigidos hacia el otro (como no robar, no mentir, no dañar). Porque el alma no está completa si solo busca lo espiritual en abstracto. El verdadero trabajo espiritual es elevar lo cotidiano, transformar las relaciones humanas, darle sentido a cada palabra, cada acción, cada gesto.
La espiritualidad judía no nos invita a huir del mundo, sino a encontrar la presencia divina dentro del mundo. Esa es la enseñanza más profunda del Zohar: que HaShem no se encuentra “afuera” esperando que lo busques, sino oculto dentro de ti mismo y de tu realidad. El trabajo está en aprender a verlo en los lugares más simples.
Una enseñanza para el alma

En el corazón de Shavuot y Bamidbar hay una enseñanza muy humana: vivimos constantemente entre dos mundos. Por un lado, el mundo físico, con sus exigencias, miedos y búsquedas. Por otro, el mundo interior, el alma, lo invisible. A veces sentimos que tenemos que elegir entre uno y otro. Pero la sabiduría que nace en esta época del año nos dice lo contrario: no se trata de elegir, sino de unir.
El verdadero crecimiento ocurre cuando dejamos de separar lo espiritual de lo material. Cuando entendemos que el trabajo, el amor, el silencio, las dudas y hasta los errores… también pueden ser sagrados si se viven con conciencia. Esa es la dualidad que la Torá viene a reconciliar: el Cielo y la Tierra pueden encontrarse dentro de ti.
Nuestros sabios enseñan que en el monte Sinaí, cada alma escuchó una voz única. Esa voz no vino desde fuera, sino desde dentro. Tú también tienes esa voz. Y cuando haces espacio, cuando eliges vaciarte del ruido, del juicio, de las certezas rígidas, esa voz empieza a hablarte. Y lo que revela no es otra cosa que tu propia Torá… Una sabiduría que no divide, sino que une. Que no escapa del mundo, sino que lo transforma.
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