Ki Tisa - Unidad, Fragmentación y Restauración
- Luis Alfredo De la Rosa
- 10 mar
- 10 Min. de lectura
Actualizado: 18 mar
Ki Tisá (כִּי תִשָּׂא) significa “Cuando eleves” o “Cuando tomes”, y proviene del primer versículo de la parashá:
(Shemot 30:12) – “Cuando eleves la cabeza de los Hijos de Yisrael para contarlos…Esto es lo que darán: todo aquel que sea contado dará medio shékel”
Este título refleja un mensaje profundo. No se trata solo de un censo, sino de elevar la conciencia del pueblo. La parashá toca temas de gran trascendencia espiritual, como el primer censo, la entrega de las primeras “Tablas de la Ley” (לוחות הברית - Lujot HaBrit), La Falta del becerro de oro (חטא העגל - Jet HaEgel), temas aparentemente independientes y no relacionados pero que guardan una conexión bastante profunda en nuestra relación con El Creador.
En la Kabalá, “elevar la cabeza” simboliza el despertar de la conciencia superior, el paso de una visión fragmentada a una percepción unificada de la realidad.
En Ki Tisá, leemos como los Hijos de Yisrael caemos en la “idolatría”, pero también recibimos la oportunidad de redención, mostrando que incluso en el descenso hay posibilidad de ascenso.
Y quiero esta semana analizar al concepto idolatría del becerro de oro y lo que representan las tablas respecto de la idolatría fuera de un concepto no tradicional. La idolatría y las Tablas del Pacto representan dos polos opuestos en la relación entre la humanidad y lo divino. Desde una perspectiva mística, la idolatría simboliza la desconexión de la fuente espiritual, mientras que las Tablas del Pacto representan la revelación directa de la voluntad de HaShem.
Las Tablas: Un Puente Entre Mundos.

Quiero que Imaginemos por un momento que el conocimiento del universo estuviera contenido en una joya perfecta, una piedra tallada por la misma energía que creó el cosmos. No tiene fisuras, no tiene separaciones, es un solo bloque de sabiduría pura, donde toda la verdad está conectada en una melodía armoniosa de significado. Así era la primera Tabla de la Ley (en realidad era 1 y no 2). No era solo una piedra; era una manifestación física de la conciencia divina, un reflejo del orden perfecto del universo.
Cuando HaShem entregó la Tabla a Moshé, no le estaba dando simplemente un conjunto de reglas, sino un acceso directo al conocimiento supremo, a un nivel de conciencia donde no existía la fragmentación entre lo espiritual y lo material. Cada mitzvah (mal llamado mandamiento) estaba enlazada con la siguiente en un flujo perfecto, como las notas de una obra musical. Si nosotros hubiéramos recibido estas Tablas en su estado original, habríamos accedido a una realidad donde no existiría la desconexión, el sufrimiento ni la lucha por comprender el propósito de la existencia. Pero había un problema: no estábamos listos.
Cuando Moshé descendió del monte con la Tabla en sus manos, vio algo que le partió el alma: el pueblo había caído en la adoración del “becerro de oro”. Nos habíamos aferrado a una ilusión, a un dios de nuestra propia creación, porque aún no podíamos sostener la verdad absoluta de HaShem. En ese momento, Moshé comprendió que las Tablas no podían ser entregadas. No porque la Torá hubiera cambiado o iba a cambiar, sino porque nuestra conciencia no estaba alineada con su nivel. Era como si intentáramos mostrarle los secretos del universo a un niño que aún no sabe leer; la información es demasiado poderosa para ser comprendida sin preparación.
Así que Moshé hizo lo impensable: rompió la Tabla. Pero contrario a lo que se nos dice comúnmente, no lo hace por rabia, ni por frustración, sino por amor. Sabía que si las entregaba en su forma original, no solo no serían entendidas, sino que podrían causar un daño irreparable. Romperlas fue, en realidad, un acto de misericordia. Fue la decisión de un líder que entendió que, para elevar a su pueblo, primero tenía que traer la enseñanza a un nivel que nosotros pudiéramos comprender.
Después del quiebre de las tablas (Shevirat HaLujot), HaShem ordenó a Moshé tallar un nuevo par de Tablas (ahora sí dos). Pero estas eran distintas: ya no fueron creadas directamente por HaShem, sino que Moshé debía trabajarlas con sus propias manos. Las primeras Tablas representaban un regalo divino; las segundas representaban el esfuerzo humano. En esta nueva versión, la Torá ya no era solo un conocimiento que se recibía pasivamente, sino un sendero que requería dedicación, estudio y transformación personal.
El Secreto de las Tablas y los Niveles de Conciencia

Los kabalistas explican que las dos etapas de las Tablas de la Ley no fueron un simple accidente en la historia del pueblo de Yisrael, sino una representación de los distintos niveles de conciencia humana. La primera Tabla era la manifestación del supra-consciente, un estado en el que la creación y el Creador estaban en total armonía, sin distorsión ni separación. No había preguntas ni dudas, porque la verdad era evidente en su totalidad. Era una conciencia de unidad absoluta, en la que la dualidad no existía.
En este nivel, el ser humano no percibe el mundo como un lugar de conflicto entre lo espiritual y lo material, porque comprende que todo emana de la misma fuente divina. No hay lucha entre el deseo y la disciplina, entre el cuerpo y el alma, entre lo sagrado y lo profano. Todo es parte de una misma realidad integrada. Es la conciencia de Adam HaRishón antes de la caída, cuando su percepción no estaba dividida entre el bien y el mal, sino que veía el mundo como una extensión de la voluntad de HaShem.
Pero cuando Moshé rompió la Tabla, algo profundo ocurrió en la historia de la humanidad: se rompió también la conexión directa con este estado supremo de conciencia. Fue como si la humanidad descendiera de un nivel de visión total a un nivel fragmentado, donde lo divino ya no era evidente y ahora debía ser buscado.
Este descenso no fue simplemente una “pérdida”, sino un reajuste necesario. En un mundo donde el mal es una posibilidad, la conciencia de unidad ya no puede ser un regalo automático; debe ser conquistada a través de la búsqueda. Las segundas Tablas representan este nuevo estado de conciencia, donde la conexión con lo divino ya no es instantánea, sino que requiere trabajo, aprendizaje, crecimiento, cuestionamiento y transformación.
Ahora, el ser humano vive en un estado de conciencia fragmentada. Ya no ve la unidad oculta en todas las cosas, sino que percibe el mundo como una serie de opuestos: luz y oscuridad, sagrado y profano, cuerpo y alma, materia y espíritu. Este es el consciente y subconsciente. El consciente es aquel que interactúa con el mundo físico, que razona, analiza y duda. La subconsciente es aquel que recuerda, aunque sea vagamente, que hay algo más allá de lo que los ojos pueden ver.
Pero hay un secreto en todo esto. La Luz de las primeras Tablas no se perdió. Aunque Moshé entregó las segundas Tablas, nunca se deshizo de los fragmentos de las primeras.
El Talmud (Bava Batra 14b) revela que los fragmentos de la primera Tabla fueron guardados en el Arca Sagrada, junto con las segundas Tablas, ese Arca que se guarda en el Santísimo. Esta enseñanza es profunda: significa que la verdad suprema nunca desapareció completamente de la existencia, solo quedó oculta. Sigue allí, en nuestro supraconsciente, dentro de cada uno de nosotros, como un eco silencioso que nos empuja a buscar la unidad perdida.
Pero aquí hay otro secreto: las segundas Tablas no eran una simple “versión reducida” de las primeras. Eran diferentes porque traían consigo algo nuevo: el mérito del esfuerzo humano. Mientras que las primeras Tablas representaban un regalo divino, las segundas representaban el trabajo del ser humano por alcanzar la verdad. Ya no era solo la revelación de lo divino desde arriba, sino la construcción de un puente desde abajo.
En cada generación, en cada uno de nosotros, hay un llamado a recoger los pedazos rotos de la conciencia perdida y reconstruir el puente hacia la unidad. No podemos retroceder en el tiempo y recibir de nuevo las primeras Tablas en su forma original, pero podemos transformarnos en recipientes capaces de revelar la Luz oculta en los fragmentos.
La pregunta final es: ¿estamos dispuestos a hacer el esfuerzo para reconstruir lo que se rompió?
Cada vez que estudiamos Torah, Kabbalah, cada vez que buscamos comprender los misterios de la vida, estamos recogiendo esos fragmentos y reconstruyendo la conciencia original. No estamos simplemente aprendiendo reglas, estamos cruzando un puente de regreso a esa unidad perdida. En cada letra, en cada enseñanza, en cada acto de bondad y conexión, estamos recordando que, aunque las Tablas fueron rotas, la Luz que contenían nunca dejó de brillar.
El Becerro de Oro - La Ilusión de la Materia y la Desconexión Espiritual

El episodio del becerro de oro es uno de los momentos más enigmáticos y trascendentales en la historia de los Hijos de Yisrael. A primera vista, parece una simple caída en la idolatría, pero la Kabalá revela que su significado es mucho más profundo. No se trata solo de una estatua de oro, sino de un símbolo de una distorsión en la conciencia humana: la desconexión entre lo espiritual y lo material, la búsqueda de una conexión falsa con la divinidad y la trampa de la materia cuando se percibe sin su origen espiritual.
El Zohar explica que el oro representa una energía extremadamente poderosa. Puede ser el vehículo de la bendición y la abundancia cuando es utilizado con propósito espiritual, o puede volverse una trampa de ego y materialismo cuando se desconecta de su fuente divina.
Antes de la entrega de las Tablas, los Hijos de Yisrael estábamos en un nivel elevado de conciencia. Habíamos experimentado milagros, habían cruzado el Yam Suf y estaban listos para recibir la revelación máxima de HaShem en el Monte Sinaí. Sin embargo, cuando Moshé tardó en descender, sentimos un vacío espiritual y entramos en un estado de miedo e incertidumbre. En lugar de esperar y confiar en el proceso, buscamos una solución inmediata y tangible para llenar ese vacío: algo visible, algo concreto, algo de oro.
El oro, a pesar de simbolizar la luz divina condensada en la materia, fue utilizado de la manera incorrecta. En lugar de ser un canal para la presencia de HaShem, se convirtió en un símbolo de una espiritualidad falsa y limitada. El becerro representó el intento de “controlar” lo divino en una forma estática y predecible, en lugar de someterse a la fluidez de la Luz infinita.
El Becerro como la Caída de la Supra-Consciencia

La Kabalá enseña que el becerro de oro marcó el descenso de la humanidad desde la supra-consciencia (el estado en el que todo está unificado con la voluntad de HaShem) a un estado de fragmentación y dualidad. Fue el momento en que los Hijos de Yisrael caímos en la ilusión de que lo físico y lo espiritual son dos cosas separadas.
Antes de este episodio, la percepción de la realidad era clara: todo lo que existe es una manifestación de la voluntad de HaShem. No había necesidad de intermediarios visibles. Sin embargo, cuando exigimos una imagen física que “representara” la divinidad, comenzó la separación entre lo sagrado y lo mundano, entre lo visible y lo invisible, entre lo eterno y lo temporal.
Esto nos muestra que el becerro de oro no es solo un evento histórico, sino un símbolo de un error de percepción que sigue ocurriendo en la conciencia humana: la tendencia a buscar respuestas inmediatas en lo material en lugar de confiar en el proceso espiritual.
El Becerro de Oro y la Ilusión del Ego

El Zohar explica que el becerro de oro es la manifestación del EGO en su máxima expresión. Es el deseo de recibir sin compartir, la necesidad de controlarlo todo, la creencia de que podemos definir la espiritualidad según nuestras propias reglas, etc.
Cuando leemos que los Hijos de Yisrael dijimos: “Este es tu dios, Israel, que te sacó de la tierra de Mitzráyim” (Shemot 32:4), estabamos sustituyendo la experiencia real de la presencia divina por una imagen creada por nosotros mismos. En otras palabras, proyectamos nuestra propia versión limitada de lo divino, un reflejo de nuestrs propios deseos y miedos.
En términos kabalísticos, esto representa el momento en que la persona deja de buscar la verdad superior y empieza a crear “dioses” a su medida: el dinero, el poder, la fama, la aprobación social, el éxito material. Cuando el ego se convierte en el centro de la realidad, la Luz de HaShem se oculta.
El Becerro de Oro Hoy: Una Lección para Nuestra Vida
El becerro de oro no es solo un evento del pasado. Sigue existiendo en cada momento en el que ponemos nuestra confianza en lo material sin reconocer su origen espiritual. Cuando creemos que el éxito depende solo de nuestras acciones y olvidamos que todo es una manifestación de la voluntad de HaShem, estamos fabricando un nuevo becerro de oro.
Cada uno de nosotros debe preguntarse: ¿Dónde he creado un becerro de oro en mi vida? ¿En el dinero? ¿En el reconocimiento? ¿En la necesidad de controlar todo? ¿En la dependencia de algo externo para sentirme en paz?
La lección de la Kabalá es clara: nuestra misión es transformar la materia en un canal para la Luz, no en un sustituto de ella. Podemos utilizar el oro, pero solo cuando está en su lugar correcto: como un medio para revelar lo divino, no como un fin en sí mismo.
Así, el verdadero trabajo espiritual no es rechazar el mundo material, sino elevarlo, para que cada acto de nuestra vida, cada objeto y cada acción, sea un vehículo de conexión con la Luz infinita.
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El concepto de Ki Tisá, “cuando eleves”, es la clave para entender la conexión entre las Tablas, el becerro de oro y el medio shékel. La verdadera elevación de la conciencia no ocurre de forma pasiva; requiere esfuerzo, caída y reconstrucción. En un principio, los Hijos de Yisrael fuimos elevados a un estado sublime con la entrega de la primera Tabla, que representaban la unidad absoluta del conocimiento divino. Sin embargo, al no estar preparados para sostener esa revelación, caímos en la fragmentación, simbolizada por la idolatría del becerro de oro y la ruptura de las Tablas.
Aquí es donde el medio shékel juega un papel fundamental. HaShem ordena que cada persona entregue medio shékel como expiación de su alma, enseñándonos que nadie es una entidad completa por sí sola, sino que necesitamos la otra mitad—la conexión con la divinidad y con los demás—para alcanzar plenitud. Así como el medio shékel simboliza que cada individuo es solo una parte de un todo mayor, las segundas Tablas representan el proceso de reconstrucción, donde la humanidad debe esforzarse por restaurar la conciencia perdida.
El mensaje de Ki Tisá es claro: la caída no es el final, sino el punto de partida para una elevación más profunda. El becerro de oro representó el intento de llenar un vacío espiritual con una ilusión material, pero la verdadera expiación no vino solo con el arrepentimiento, sino con la acción de dar, compartir y reconocer la propia incompletitud. Moshé, al obtener las segundas Tablas, mostró que la humanidad debe trabajar para reconstruir lo perdido, integrando la supra-conciencia en la realidad cotidiana. Así, la verdadera elevación no es solo recibir la sabiduría desde lo alto, sino restaurarla desde abajo, convirtiendo la fragmentación en una oportunidad para alcanzar una conexión más fuerte y consciente con HaShem.
Shabbat Shalom!!!
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