“Lo Tijbé” – Avivando el Fuego Continuo. Mandamiento o promesa.
- Luis Alfredo De la Rosa
- 31 mar
- 4 Min. de lectura
La parashá Vayikrá nos introduce en el mundo de los korbanot (ofrendas), describiendo en detalle los sacrificios que los Hijos de Yisrael debían traer al Mishkán. Entre estas instrucciones, la Torá nos dice:
“אֵשׁ תָּמִיד תּוּקַד עַל הַמִּזְבֵּחַ לֹא תִכְבֶּה”
(Esh tamid tukad al hamizbéaj, lo tijbé)
“Un fuego eterno arderá sobre el altar; no se apagará.” (Vayikrá 6:6)
A primera vista, este versículo es una orden clara: el fuego del altar debía mantenerse encendido día y noche, lo que implicaba un compromiso constante de alimentar la llama con nuevas ofrendas. Si lo entendemos solo en su sentido literal, podríamos pensar que sin un sacrificio físico, este fuego no tiene propósito ni continuidad.
Pero cuando miramos más allá, este mismo versículo cobra otro significado. ¿Y si el altar no solo está en el Mishkán, sino también en nuestro corazón? ¿Y si el fuego no es solo físico, sino una llama interna de conexión con el Ein Sof?
En este sentido, la frase “Lo Tijbé” – “No se apagará” ya no es solo una orden externa, sino una revelación interna: la chispa divina dentro de nosotros nunca desaparece, siempre está ahí, esperando ser encendida.
“Esh tamid” (אֵשׁ תָּמִיד) → “Un fuego eterno” → La chispa de HaShem dentro de nosotros, el alma.
“Tukad al hamizbéaj” (תּוּקַד עַל הַמִּזְבֵּחַ) → “Arde sobre el altar” → Nuestro corazón como altar sagrado.
“Lo tijbé” (לֹא תִכְבֶּה) → “No se apagará” → La chispa divina nunca desaparece, siempre está presente.
El fuego que depende de nosotros

Así como el altar físico requería atención constante para que la llama no se extinguiera, nuestra alma también necesita ser alimentada. Cada acción de amor, cada acto de bondad, cada momento de estudio y cada oración, cada meditación, cada conversación con El Creador aviva la llama que nos conecta con lo infinito.
Pero, al igual que en el Mishkán, este fuego no arde solo. Si no hacemos nada, si nos desconectamos, puede parecer que se apaga. Sin embargo, el versículo nos recuerda que la chispa sigue ahí, incluso en los momentos en que sentimos oscuridad o distancia.
La parashá Vayikrá nos muestra que el fuego en el altar era un símbolo de la relación viva entre el ser humano y HaShem. Hoy, sin un Beit HaMikdash físico, nuestro servicio ya no se trata de sacrificios de animales, sino de la transformación interna.
Cada día, elegimos si ese fuego se mantiene encendido o si dejamos que se apague en el olvido. No es un fuego que impone obligación, sino una llama que espera nuestra decisión de avivarla.

Esta enseñanza me recordo de una historia que una vez escuché de un Rabino en Bogotá, en la que un hombre acudió a su rabino con una petición insólita. Quería separarse de su esposa, pero si se separaba debía pagarle 5 millones de dólares porque así lo decía la Ketubah (contrato matrimonial), y si esperaba a que ella quisiera separarse ella nunca lo iba a hacer porque ella no lo contemplaba nunca. Pero no solo eso: su esposa tenía un seguro de vida muy valioso 80 millones de dólares y se le ocurrió que quería asesinarla para cobrarlo. Le ofreció a el rabino que si le ayudaba a encontrar la mejor manera de hacerlo, le daría el 50% del dinero como tzedakah para la comunidad.
El rabino, sin inmutarse, aceptó ayudarle bajo una sola condición: durante los próximos seis meses, debía comportarse como el esposo más amoroso. Debía llevarle flores, escribirle cartas, sorprenderla con llamadas, invitarla a cenar, agradecerle cada día por su presencia y demostrarle amor de todas las formas posibles. Todo esto, según el rabino, era para evitar sospechas.
El hombre aceptó y cumplió al pie de la letra cada instrucción. Seis meses después, regresó con el rabino y le dijo:
— Rabino, ya pasaron los seis meses y he hecho todo al pie de la letra, pero hay un pequeño problema: ya no quiero matarla.
— ¿Por qué? —preguntó el rabino.
— Porque he vuelto a enamorarme de ella.
La enseñanza es clara: él creía que el amor debía venir de ella hacia él, pero cuando él decidió ser la fuente del amor, su propio fuego interno se encendió.
Así como este hombre había permitido que su relación se enfriara por falta de acciones, muchas veces dejamos que nuestra conexión con HaShem se apague. Esperamos sentir amor por HaShem sin hacer nada para encender esa llama.
Pero la Torá nos dice: “Lo Tijbé” – “No se apagará”. El fuego ya está ahí. La chispa nunca desaparece. Solo necesita que nosotros la avivemos a través de nuestro deseo y nuestras acciones.
¿Cómo lo hacemos? A través del estudio de la Torá, el cumplimiento de las mitzvot, la tefilá, la meditación, la tzedaká y cada acción no egoísta. Cada una de estas acciones es como una flor, una carta, una cena romántica, una caja de chocolates, una escapada romántica con HaShem.
Cuando dejamos de hacer estas cosas, la conexión se enfría y sentimos que HaShem está lejos. Pero la verdad es que nunca se ha ido. El fuego sigue ahí, esperando que lo encendamos con nuestras acciones.
Así como el hombre de la historia descubrió que el amor no era algo que esperaba recibir, sino algo que él debía alimentar, nuestra conexión con HaShem tampoco es algo pasivo. Depende de nosotros hacerla arder con fuerza.
La elección está en nuestras manos. Cada día, tenemos la oportunidad de decidir: ¿Dejaremos que el fuego siga dormido, esperando que algo externo lo encienda? ¿O tomaremos la iniciativa, haciendo algo cada día para avivar la llama de nuestra conexión con el Ein Sof?El fuego está ahí. Solo depende de nosotros encenderlo.
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