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Parashat Pinjas - Cuatro Historias -Una Alma Común

Antes de comenzar con el estudio de esta semana, quiero tomar un momento para excusarme por no haber escrito ni compartido reflexiones sobre la parashá anterior.


He atravesado unos días de gran dificultad — tanto en el plano físico como en el emocional y espiritual. Ha sido un tiempo de inconvenientes, de desafíos inesperados, y también, de silencios profundos. Momentos de transición. De esos que la vida nos presenta sin previo aviso, y que nos invitan a detenernos, a mirar hacia adentro, a reevaluar el rumbo y a escucharnos de nuevo.


Y, curiosamente —porque sabemos que en la Torá no hay coincidencias— esta semana llegamos a Parashat Pinjás, una parashá que, aunque parece hablar de fervor, acción y legado, en su raíz más profunda nos habla, precisamente, de transición.


Transición entre generaciones. Transición entre líderes. Transición entre un desorden interno y una alineación más elevada. Transición entre lo que fuimos y lo que estamos llamados a ser.


Así que, desde ese lugar —más humano, más vulnerable, pero también más consciente— te invito a explorar juntos el mensaje oculto de esta parashá. No enfocándonos únicamente en Pinjás, a pesar de que la parashá lleva su nombre, sino en una historia que muchas veces pasa desapercibida: la historia de Moshe subiendo al Monte Abarim.


Una historia que, cronológicamente, no pertenece a este lugar. Una escena que parece no tener relación con los relatos que la rodean. Pero que, cuando la miramos con el corazón abierto, se revela como el núcleo espiritual de toda esta sección de la Torá.


Parashat Pinjás — Cuatro historias, un alma común



Al comenzar la lectura de Parashat Pinjás, podríamos suponer que el tema central será la historia del mismo Pinjás, el nieto de Aharón, y su audaz acto de defensa de la santidad. De hecho, la parashá lleva su nombre. Pero si nos detenemos con sensibilidad y profundidad, descubrimos que la verdadera joya de esta porción no está solo en su acto, sino en lo que ocurre entre líneas, en las historias aparentemente no relacionadas que siguen.


En total, la parashá nos presenta cuatro relatos principales, que a simple vista no parecen tener ninguna conexión entre sí. Historias poderosas, sí, pero desconectadas. Cada una podría vivir por sí sola. Pero la Torá no es una colección de episodios sueltos, y los sabios nos enseñan que cada palabra, cada orden de los textos, tiene una intención más alta.


Veamos cada una de estas historias por separado, como si fueran piezas independientes de un rompecabezas.


Primera historia: El fervor de Pinjás



El relato abre con la continuación del episodio con el que terminó la parashá anterior. Pinjás, nieto de Aharón y bisnieto de Levi, se lanza impulsado por un fuego interno y asesina a Zimrí, un príncipe de Israel, y a Kozbí, una mujer midianita. Lo hace sin consulta, sin esperar instrucción, en un acto que parece a la vez violento y salvaje… pero que detiene una plaga que ya había cobrado la vida de miles. Y sorprendentemente, HaShem no solo aprueba su acción, sino que le otorga el Brit Shalom —el “Pacto de Paz”— y lo nombra, junto a toda su descendencia, heredero del sacerdocio. Así nace el linaje sacerdotal que perdura hasta hoy.


Un acto pasional. Una recompensa eterna. Una línea de conexión entre un alma encendida y las futuras generaciones. Pero solo si la vemos desde ese ángulo.


Segunda historia: El censo que habla más allá de los números


Inmediatamente después, HaShem le ordena a Moshe y a Eleazar que realicen un nuevo censo del pueblo. A simple vista, puede parecer una actualización estadística antes de entrar a la Tierra Prometida. Pero a diferencia de censos anteriores, este detalla los linajes, las casas paternas, los nombres y las raíces de cada tribu. No se trata solo de cuántos son. Se trata de quién es hijo de quién, y qué nombre lleva cada casa. Porque este no es un censo para saber cuántos somos. Es un censo para determinar cómo se repartirá la herencia de la tierra.


La Torá misma lo dice: “A estos se dividirá la tierra como herencia…” (Bamidbar 26:53). Cada nombre que aparece está ligado a un legado tribal, familiar y espiritual. Es un mapa de futuro. Es un documento de continuidad. Es un acto de recordar quién eres para saber qué parte del mundo te toca sostener.


Tercera historia: Las hijas de Tzelofjad — un reclamo por el nombre, no por la riqueza


De repente, como irrumpiendo en la formalidad del censo, llegan cinco mujeres: las hijas de Tzelofjad. Su padre murió sin hijos varones, y ellas preguntan a Moshe: “¿Por qué ha de ser borrado el nombre de nuestro padre de su familia, solo porque no tuvo hijo varón?”


Su reclamo no es codicioso. No es un deseo material. Es una defensa del honor, del nombre, de la existencia espiritual de su padre. Ellas no quieren ser borradas del mapa de Israel. Y lo más sorprendente: HaShem las escucha. Cambia la ley. Modifica el orden establecido y permite que, en casos como ese, la herencia pase a las hijas.


Este momento no solo es legalmente revolucionario. Es profundamente espiritual. Según el Midrash, estas mujeres eran sabias, justas y guiadas por inspiración divina. Su valentía revela una dimensión crucial del legado: no se trata de género, de jerarquía, de poder. Se trata de verdad, intención y justicia divina.


Cuarta historia: Moshe en el Monte Abarim



Y de pronto, como si el texto rompiera toda lógica narrativa, la Torá nos lleva a un momento desconcertante: HaShem le dice a Moshe que suba al Monte Abarim, que contemple la tierra desde lejos, y que luego será reunido con sus antepasados. Es decir, Moshe va a morir.


Este momento, con una intensidad emocional inmensa, no tiene sentido cronológico aquí. Todavía falta un libro entero para llegar a la muerte de Moshe. Esta escena aparece también al final del libro de Devarim, donde sí sería esperada. Entonces, ¿por qué está aquí?


No guarda relación aparente con Pinjás. Ni con el censo. Ni con las hijas de Tzelofjad. Es una escena solitaria, introspectiva, final. Una escena que parece hablar otro idioma espiritual. Pero eso es justamente lo que la hace tan poderosa. Porque en ella hay una enseñanza que une a todas las demás.


El secreto revelado: El Legado como tema central



El rebbe nos enseña que cuando unimos las piezas de este rompecabezas, la imagen completa aparece. Estas cuatro historias aparentemente independientes tienen un lazo común. Y ese lazo es el Legado.


Volvamos a mirar las historias, ahora con esta nueva perspectiva.


La historia de Pinjás ya no se trata solo de un acto de celo sagrado. La verdadera recompensa que recibe no es solo personal, sino generacional. El “Brit Shalom” viene acompañado de un pacto eterno: él y sus descendientes serán kohanim - sacerdotes para siempre. Es una transmisión espiritual. Una línea sagrada que nace en ese acto y se extiende por los siglos. Es, en esencia, la historia de un legado espiritual conferido por HaShem mismo.


El censo también adquiere otro tono. No es solo una cuestión administrativa. Es una declaración de quién tiene derecho a heredar la tierra. Es el mapa del legado nacional, territorial y tribal. Cada nombre, cada familia que aparece allí, es parte del gran proyecto de continuidad. Se asegura que cada tribu y cada casa tendrá su porción. Se preserva el nombre, la historia y la dignidad de cada uno a través de la herencia de la tierra.


Y las hijas de Tzelofjad, con valentía y sensibilidad, no buscan riquezas. Buscan que el nombre de su padre no desaparezca, que su familia no quede excluida del legado colectivo. Gracias a su iniciativa, la ley cambia. Y HaShem deja en claro que el legado no puede estar limitado por estructuras rígidas. Debe ser inclusivo. Lo esencial es la intención de continuidad y la dignidad de la memoria.


Pero, y Moshe… ¿Dónde está su legado?



Y ahora, podemos volver a la historia de Moshe en el Monte Abarim con nuevos ojos.


Moshe, el hombre que sacó al pueblo de la esclavitud, que lo condujo por el desierto, que recibió la Torá, que formó a toda una generación, se encuentra frente a su último acto. Pero ¿qué deja él como legado? Cuando se mencionan los linajes en el censo, los hijos de Aharón son detallados con cuidado. Pero los hijos de Moshe no aparecen. Él, que toma el censo junto a su sobrino Eleazar, queda fuera del recuento de herencia.


Cuando las hijas de Tzelofjad logran asegurar el legado de su padre, Moshe no menciona a sus propios hijos. No hay tierra para ellos, ni un rol específico registrado. Y en el caso de Pinjás, es Moshe quien anuncia el pacto que garantiza el legado a su sobrino-nieto. En cada historia, Moshe aparece… pero su propia transmisión parece ausente.


Y entonces, en el Monte Abarim, Moshe escucha el anuncio de su muerte. Y su reacción lo revela todo: no clama por sus hijos, no pregunta por su legado personal. Solo dice: “Que este pueblo no quede como un rebaño sin pastor.” Y así, HaShem le ordena designar a Yehoshua Bin Nun como su sucesor.


Pero la elección de Yehoshua no es un reemplazo cualquiera. Moshe debe imponerle las manos, transferirle parte de su espíritu, transmitirle su esplendor. Yehoshua no es su hijo, pero es el receptor de su luz. El legado de Moshe no será biológico, sino espiritual. Él no deja posesiones, sino una misión viva en otro corazón.


Monte Abarim — El umbral del alma, la transición del legado



Y no es casualidad que todo esto ocurra en el Monte Abarim. La raíz del nombre, עבר (avar), significa cruzar, transitar, pasar al otro lado. Abarim no es solo un lugar físico. Es un estado del alma. Es el momento en el que uno ve la Tierra Prometida, el propósito, la culminación… pero no lo pisa. Es la visión sin apego, la entrega sin posesión.


En la misma parashá, la palabra “vehavartem” aparece cuando HaShem dicta que la herencia del padre de Tzelofjad debe pasar a sus hijas. Abarim, entonces, representa ese mismo movimiento espiritual: la transferencia consciente del propósito, del amor, de la misión, de la visión.


Moshe no entra a la tierra, pero su visión sí entra. En Abarim, él deja ir su rol, su cuerpo, su historia personal… pero su alma sigue caminando en Yehoshua, en el pueblo, en la Torá que dejó. El verdadero líder no busca inmortalidad personal, sino que la visión se mantenga viva.


Cuando todo encaja: ¿Por qué está aquí la historia de Moshe?



Y es precisamente cuando comprendemos el hilo invisible del legado que une cada una de las historias de esta Parashá —la valentía de Pinjás, el censo genealógico, el clamor de las hijas de Tzelofjad— que entonces, y solo entonces, la historia de Moshe subiendo al monte Abarim cobra su verdadero sentido.


A primera vista, esa escena parece fuera de lugar: es un episodio que cronológicamente pertenece al final de la Torá, cuando Moshe se despide de la vida. Entonces, ¿por qué aparece aquí, en medio de estas historias aparentemente no relacionadas?


La respuesta es: porque esta Parashá no trata solo de acciones o eventos… trata del alma, del legado, de lo que queda cuando todo lo demás desaparece.


La Torá, que no sigue un orden meramente histórico, sino espiritual, coloca la historia de Moshe aquí para mostrarnos la culminación de lo que significa verdaderamente dejar un legado. Pinjás recibe el suyo por un acto de fuego. Las hijas de Tzelofjad reclaman el suyo por justicia. Cada tribu es contada para recibir su porción. Y entonces… aparece Moshe.


El gran líder, el que entregó su vida al pueblo, no recibe tierra, ni linaje espiritual, ni una tribu con su nombre. Pero su legado es el más elevado de todos. ¿Cuál es? Ser el pastor que piensa primero en el rebaño. Ser el guía que no necesita heredar, porque ya es eterno a través del pueblo que formó.


El monte Abarim no es su final, sino su ascenso. Moshe no muere en derrota, muere en visión. Desde Abarim ve no solo la Tierra Prometida, sino el alma de su pueblo llegando a su destino. Y la Torá pone esta escena aquí, en medio de todas las demás, para enseñarnos que el legado más grande no siempre es el que se hereda, sino el que se encarna.


Cuando entendemos esto… entonces entendemos por qué la historia de Moshe está aquí. No está fuera de lugar. Es el corazón oculto de toda la Parashá. Es el ejemplo más alto de lo que significa dejar una huella que no se mide en tierra ni en sangre, sino en luz.


Y cuando te encuentres en tu propio Monte Abarim, en ese momento de transición, de dejar algo atrás o de entregárselo a otro, recuerda: no es el final — es la visión que se proyecta más allá de ti.

 
 
 

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