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Tzarat: El arte de detenerse, escuchar y renacer


Esta semana leemos la doble parashá Tazria- Metzorá, dos secciones que a primera vista parecen hablar de temas físicos: nacimiento, impurezas, manchas en la piel… pero en realidad, nos revelan una profunda sabiduría sobre el alma humana y su conexión con HaShem.


En la primera parte, Tazria, comenzamos con el tema del embarazo y el nacimiento, enseñándonos que cada nueva vida no solo es un cuerpo que llega al mundo, sino una chispa divina que desciende con una misión única. Habíamos aprendido que incluso el proceso físico del nacimiento está lleno de luz y propósito, y que la madre participa con HaShem en la creación misma.


Pero la Torah no se queda solo en el milagro del comienzo… porque vivir en este mundo también implica desafíos espirituales. Y es aquí donde entramos en la segunda parte: Metzorá.


La figura del metzorá —la persona afectada por tzarat— nos lleva a un nivel más profundo: ¿Qué pasa cuando la luz del alma se apaga? ¿Qué ocurre cuando nuestras palabras o actos crean separación entre nosotros y los demás, o entre nosotros y el Creador?


Que es Tzarat


La tzarat, mal traducida muchas veces como “lepra”, no es una enfermedad física, sino una señal del alma, una advertencia amorosa de HaShem que nos invita a detenernos, mirar hacia adentro y regresar a nuestro verdadero camino. Es una manifestación del alma que clama atención. Es un lenguaje sagrado, una especie de código divino que revela que algo interno necesita ser visto, sanado y redirigido. No viene de la piel, viene del alma… y se refleja en la piel cuando hemos dejado de escucharla.


Pero lo más bello de esta señal es que no aparece como castigo, sino como una expresión de amor: el alma nos ama tanto, y HaShem nos valora tanto, que no puede permitirnos perdernos sin antes darnos una señal clara.


Y dentro de este proceso, el aislamiento y los días contados tienen un profundo simbolismo espiritual.


Los 7 días: Un ciclo de transformación



Cuando una persona presentaba una señal de tzarat, el Cohen no la declaraba de inmediato impura.Observaba y luego la aislaba por siete días. ¿Por qué siete?


El número 7 en la Torah representa un ciclo completo. Son los siete días de la creación, los siete niveles emocionales del alma (jesed, guevurá, tiferet, netzaj, hod, yesod, maljut), los siete brazos de la menorá, los siete días de la semana. Representa el mundo natural, el ciclo del alma en su expresión emocional y espiritual dentro de este plano físico.


El aislamiento de siete días es una forma de decir: “Vuelve a recorrer el camino interior. Reordena tus emociones. Reencuéntrate con tu esencia. Vuelve a crearte.”


Durante esos siete días, la persona está sola, pero no abandonada. Está en un espacio de escucha, de pausa sagrada. No hay ruido externo, solo el eco de su alma hablándole, y la Luz de HaShem esperándola.


La revisión del Cohen: ¿impuro o puro?


Después de siete días, el Cohen regresaba a ver la mancha. Aquí entra otro símbolo: el Cohen no es simplemente un líder religioso, sino la parte interna de nosotros que ya ha despertado. Representa la voz del alma elevada, la consciencia divina que puede ver más allá del síntoma y leer el alma.


El Cohen no juzga ni castiga. Él observa. Él siente el estado interior de la persona, y declara si está lista para volver a la comunidad o si necesita otros siete días de aislamiento.


Los segundos siete días son un símbolo profundo. Indican que el primer ciclo de conciencia no fue suficiente. Que la persona necesita pasar por otro viaje emocional, más profundo, más claro. No es un castigo, es un regalo: otro ciclo para pulir el alma, para escuchar más profundamente.


Cuando se considera puro


Si después de los siete o catorce días la mancha desaparecía o se transformaba según los signos descritos, la persona era declarada pura. Entonces, comenzaba un ritual de reintegración: ofrendas, baño, y volver al campamento.


Este momento simboliza el renacimiento. La persona no solo sanó su piel, sino que transformó su alma. Volvió a conectar su intención con la Luz, reconoció su desconexión, y la integró.


Si no se considera puro


Si después de ese tiempo la mancha persistía o se agravaba, se reconocía que el alma aún tenía trabajo pendiente. Pero esto tampoco era condena, sino comprensión. A veces, el alma necesita más tiempo. A veces, hay heridas más profundas que sanar.


La Torah enseña que el tiempo del alma es sagrado y único para cada ser. No todos sanamos igual. No todos despertamos en el mismo momento. Lo importante no es la velocidad, sino la dirección.


¿Por qué cuando la mancha cubría toda la piel la persona era pura?


Esto puede parecer extraño, pero tiene una enseñanza profunda.


Cuando la mancha era parcial, significaba que todavía había separación entre el interior y el exterior. Parte de la persona estaba cubierta, otra parte no. Pero cuando todo el cuerpo se cubría, simbolizaba que ya no había ocultamiento. Toda la verdad había salido a la luz. La persona ya no fingía, no luchaba, no escondía.


Y en ese momento de honestidad total, el alma podía comenzar de nuevo. La transparencia abre las puertas a la pureza. El ego se disuelve, y la Luz puede entrar completamente.


Los niveles de consciencia y lo que revela la tzarat


En nuestra vida espiritual, pasamos por niveles de consciencia. Hay momentos en que vivimos desde lo más externo, buscando aprobación, control, placer o poder. Pero en lo profundo, existe un punto más sagrado, un lugar dentro de nosotros donde sabemos quiénes somos realmente: almas conectadas a HaShem.


Cuando una persona vive alejada de ese punto interno, puede crear una distorsión entre su apariencia y su esencia. La tzarat aparece como un reflejo físico de esa desconexión. Nos obliga a mirar. A detenernos. A reconocer que algo no está en su lugar.


¿Qué representa el Cohen?


El Cohen representa un estado de consciencia más elevado, una conexión constante con lo divino. En el mundo físico era una persona, pero en el mundo espiritual, representa la parte de nosotros capaz de ver más allá de la superficie. El Cohen era quien observaba la mancha y decía si era tzarat o no. No porque tenía conocimientos médicos, sino porque tenía ojos que veían el alma.


El Cohen es ese nivel de nosotros que está en contacto con la verdad. No juzga, no condena. Observa con compasión y sabiduría. Nos ayuda a nombrar lo que está ocurriendo, para que podamos comenzar el proceso de teshuvá (retorno).


¿Qué representa el aislamiento?


Cuando alguien era declarado con tzarat, debía salir del campamento. No como castigo, sino como parte de un proceso profundo de transformación.


El aislamiento representa el silencio necesario para volver a escuchar el alma. En el ruido del mundo, entre los juicios, las máscaras y las prisas, muchas veces no podemos escuchar lo que realmente necesitamos. Estar solos —en pausa— es a veces el único camino para reencontrarnos.


Durante ese tiempo, la persona tenía que observarse, llorar si era necesario, hacer introspección, y sobre todo, despertar. No era un exilio, sino una oportunidad sagrada para renacer.


Una enseñanza final:


La parashá Tazria-Metzorá no habla simplemente de impurezas ni de manchas físicas. Nos habla del alma. Nos muestra que incluso cuando algo parece impuro o fuera de lugar, en realidad puede ser una puerta hacia la transformación más profunda.


Tzarat no es castigo, es atención. Es como si HaShem nos dijera: “Te amo tanto que no puedo quedarme callado cuando tu alma se desvía. No para juzgarte, sino para ayudarte a volver a ti mismo.”


Por eso el aislamiento no es exilio, es un espacio

sagrado donde el alma puede escuchar lo que en el ruido del mundo no puede oír. Es una pausa divina que permite la reconfiguración del ser.


Y cuando el Cohen —esa voz interna o externa de claridad espiritual— dice que es tiempo de volver, no es solo un regreso a la comunidad, es un renacimiento del alma, más pura, más alineada, más conectada con la Luz.


Nuestros sabios enseñan: “HaShem reprende a aquellos que ama” (Mishlé / Proverbios 3:12). Esto no es dureza. Es amor en su forma más elevada: el que no permite que nos perdamos, el que confía tanto en nosotros que nos llama a despertar.


Que podamos escuchar las señales que la vida nos da, no con miedo, sino con gratitud. Porque en cada proceso, incluso en el más difícil, hay una oportunidad de volver a nacer por dentro.

 
 
 

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