Tzav y el Secreto del Deseo: La Conexión Que Abre el Mundo de los Milagros
- Luis Alfredo De la Rosa
- 6 abr
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Actualizado: 7 abr
La parasha “Tzav” tiene un valor muy especial para mí. No solo porque es la parashá de mi esposa, sino porque cada vez que la pronuncio durante la tefilá, se despierta en mí una conexión profunda. Una conexión que a veces logro entender y otras veces simplemente sentir.
Mi esposa ha sido siempre una guía en este aspecto: para ella, los dogmas son enemigos del crecimiento espiritual. Hacer algo “porque sí”, sin entender el porqué, sin tener el deseo de hacerlo, es desconectarse de su verdadera esencia. Gracias a ella he entendido que toda práctica que incluyamos en nuestra rutina espiritual debe ser comprendida y sentida. Solo así puede transformarse en una conexión real con HaShem y no en una obligación vacía.
Y eso es, en esencia, Tzav. No es un simple mandato. Es un paquete energético que se descarga desde los mundos superiores (Shamayim). Cuando lo recibimos con entendimiento e intención, cuando lo hacemos con deseo (ratzón), se convierte en un canal (tzinor) que conecta el mundo físico con el espiritual, el mundo de la naturaleza con el mundo de los milagros. Así, cada acción se transforma en una oportunidad para develar una chispa divina oculta.
Tzav — Mandato o canal divino

El término “tzav” suele traducirse como “mandato” o “orden,” pero nuestros sabios y maestros del jasidismo nos invitan a ir más allá de una visión legalista. El Baal Shem Tov y el Maguid de Mezritch nos enseñan que cada ordenanza de la Torah no es simplemente un deber, sino un canal de energía espiritual, un tzinor (conducto), que conecta los mundos superiores con este mundo físico.
Cuando hacemos una mitzvá por obligación, cumplimos, pero no necesariamente conectamos. Cuando despertamos un ratzon (deseo), creamos una apertura entre los mundos. El Ari nos explica que el deseo es la energía más potente del alma. Cuando despertamos deseo, activamos luz. Cumplimos no para obedecer, sino para revelar. Cada mitzvá es una oportunidad para canalizar una chispa divina desde Shamayim hacia nuestra realidad.
Rav Najman de Breslev dice que el alma se nutre del deseo de conexión. Incluso si uno aún no puede cumplir con una mitzvá, el solo hecho de anhelarla ya abre un canal espiritual. El deseo se convierte en fuego, y el fuego es vida. El deseo de conectar es en sí mismo un acto de conexión.
El Jametz — El ego que infla

La Torah nos dice que ningún sacrificio puede ser ofrecido con jametz (levadura). ¿Por qué? Porque el jametz representa el ego, el “yo inflado”, ese que cree que puede sin ayuda, sin humildad. El jametz es el orgullo que impide que la luz entre. Por eso, en el servicio del Mishkán y del Beit HaMikdash, todo debía hacerse con matzá —símbolo de humildad, de pureza, de verdad.
Rabí Menajem Mendel de Kotzk decía que el verdadero sacrificio no es el animal en el altar, sino el ego sobre el altar. Solo cuando el orgullo es quemado, cuando se ofrece con sinceridad, el fuego celestial puede descender y consumir la ofrenda.
Nuestros sabios explican que el jametz también simboliza el exceso: cuando uno se hincha de razones, justificaciones, autosuficiencia. La matzá, al contrario, representa lo esencial. En nuestro crecimiento espiritual, debemos buscar esa esencia: lo real, lo simple, lo profundo. Así eliminamos el jametz y dejamos espacio para lo divino.
Lo Tijbé – No debe extinguirse: una orden, una advertencia y una promesa

La Torah nos dice:
“Esh tamid tukad al hamizbeaj, lo tijbé”
“Un fuego continuo arderá sobre el altar; no debe extinguirse” (Vayikrá 6:6)
A primera vista, esta mitzvá parece ser una instrucción técnica sobre el funcionamiento del Mishkán. Pero como enseñan nuestros sabios, todo lo que la Torah nos revela sobre el Mishkán es un reflejo del santuario interior que cada uno de nosotros lleva dentro (Mishkán HaPnimi). Esta frase contiene una enseñanza espiritual de enorme profundidad.
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El fuego representa el entusiasmo del alma
El fuego continuo que debe mantenerse encendido sobre el altar representa el fuego interior del alma, el entusiasmo, el deseo ardiente de conectarse con HaShem. Nuestros sabios enseñan que sin ese fuego interior, el servicio se vuelve mecánico, frío, sin vida.
Rabí Najman de Breslev enseñaba que el ratzón (la voluntad, el deseo) es el motor del alma. Si el deseo está vivo, el alma se mueve, se eleva, quiere hacer el bien, quiere buscar la verdad. Pero si el deseo se apaga, incluso la persona más justa puede perder la dirección.
Por eso, Lo Tijbé no es solo una orden, es una advertencia: si dejas de anhelar, de desear conectarte, tu altar se apaga. El fuego interior se mantiene vivo solo si sigues alimentando ese anhelo.
El fuego quema lo negativo: el “NO” que debe apagarse
Curiosamente, este versículo se puede leer también al revés: el “NO” debe extinguirse. Es decir, todo aquello que nos desconecta, que nos limita, que bloquea nuestra energía espiritual — debe ser apagado. Lo negativo no tiene sustancia propia, solo ocupa espacio. El fuego interior que arde con propósito lo consume.
Rabí Menajem Mendel de Kotzk dijo que el verdadero sacrificio es colocar el ego en el altar. Solo cuando el “yo” falso se quema, podemos revelar el alma auténtica que quiere conectarse con lo Alto.
El fuego del altar interior destruye lo que no pertenece, lo que es “jametz” — el orgullo, la hinchazón del ego, lo innecesario. Solo así el alma puede ofrecer su esencia pura, como la matzá, sin hinchazón, sin falsedad.
El Jametz y el Lo Tijbé: dos fuegos opuestos
La Torah nos dice que durante la ofrenda de gratitud (Korban Todá), no debe haber jametz. ¿Por qué? Porque el jametz representa el ego, lo inflado del “yo”. Pero el Lo Tijbé — el fuego constante — representa lo contrario: la humildad activa, el deseo genuino de servir, de conectarse, de crecer.
Nuestros sabios explican que hay dos fuegos en el alma:
• Uno que destruye (el fuego del ego, del enojo, de la separación).
• Otro que construye (el fuego del amor, del anhelo, del deseo de verdad).
Lo Tijbé se refiere al segundo. A ese fuego no hay que apagarlo nunca. De hecho, hay que alimentarlo con actos de conexión, estudio, bondad, y sobre todo, deseo.
El fuego del Tzadik y del que tropieza
Incluso un Tzadik necesita alimentar su fuego. Como enseñó el Baal HaTanya, si el Tzadik deja de desear, su fuego se vuelve hábito, y la chispa pierde su fuerza. Pero incluso una persona que ha caído, si despierta el anhelo, si dice “quiero volver”, su fuego puede arder más fuerte que nunca.
El Ari HaKadosh nos revela que cada mitzvá es una chispa divina esperando ser activada por nuestro deseo. El deseo no solo despierta luz, sino que crea un tzinor (un canal) entre el mundo espiritual y el mundo material. A través del deseo, el alma trae luz desde atzilut hasta asiyá — desde el mundo de los milagros hasta el mundo de la acción.
El alma es el fuego que no se apaga

Finalmente, y esto es lo más hermoso, Lo Tijbé no es solo una orden o advertencia — es también una promesa.
El Rebe anterior, Rabí Yosef Itzjak Schneerson, enseñó que el alma de cada Yehudí está intacta. No importa cuánto haya pasado, cuánto se haya alejado, cuántas capas haya encima, el fuego del alma sigue vivo. Nuestra alma es un pedazo de HaShem, y ese fuego no se apaga jamás.
Lo Tijbé significa que ese fuego está ahí — esperando que nosotros lo reconozcamos. A veces apenas es una chispa, un suspiro, un pensamiento, una duda que despierta el corazón… pero está. Y cuando le damos espacio, arde.
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Conclusión — Una espiritualidad con fuego y sentido
Tzav no es una orden, Es una invitación. No es imposición, Es oportunidad. No es carga, Es conexión.
La espiritualidad auténtica no nace del deber vacío, sino del fuego del deseo. De buscar comprender antes de hacer. De actuar con conciencia. Como me ha enseñado mi esposa, hacer algo solo porque “hay que hacerlo” nos desconecta del verdadero propósito. Pero si entendemos, si sentimos, si deseamos — entonces hacemos con fuego, con vida, con luz.
Cada mitzvá es un canal de luz. Cada intención es un paso hacia lo alto. Cada chispa que descubrimos en nuestras acciones es una llama más en el altar interior.
Y ese fuego no debe apagarse. Y no se apagará.
Porque en nuestro interior ya está encendido. Solo hace falta volver a soplar con deseo, con estudio, con verdad, con amor.
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