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Vayakhel: Construyendo un Santuario en el Tiempo y el Espacio

Durante una de esas comidas de Shabat que enriquecen el alma, me encontré sentado junto a mi Rabino, un hombre cuya sabiduría parece no tener fin, cuando de repente, una reflexión suya encendió una chispa: La construcción del Mishkan (El Tabernáculo) y el Shabbat no son solo dos mitzvot separadas; son la misma idea manifestada en dos dimensiones diferentes: espacio y tiempo.


Aquella conversación cambió mi comprensión de lo que significaba construir un santuario para HaShem - El Creador, y por ende la visión de la parasha Vayakhel, Ki Tisa y el Libro de Shemot (o al menos en gran parte del texto). Me di cuenta de que la Torá nos enseña dos formas complementarias de atraer la Shejiná a nuestra existencia: una es física, la otra es temporal. Una requiere esfuerzo material, la otra requiere transformación espiritual.


Vayakhel - Un templo para El Creador



La parashá Vayakhel marca un momento crucial en el relato del Éxodo. En ella, Moisés reúne al pueblo para que aporte sus ofrendas y materiales destinados a la construcción del Mishkan, el santuario móvil en el que la Shejiná (La Presencia Divina) habría de habitar entre los Hijos de Israel. Además, se reitera la santidad del Shabbat, estableciendo que, tras seis días de labor, el séptimo día es para el descanso y la comunión espiritual.


Vayakhel (וַיּקְהֵל) significa “y congregó” o “y llamó a la asamblea”. La convocatoria de Vayakhel simboliza la unión del pueblo en una misión común: reconstruir, a través de la acción colectiva y espiritual, un espacio donde la presencia divina pueda manifestarse y transformar la realidad.


ו (Vav), valor numérico 6, que simboliza la conexión y el puente entre lo divino y lo humano.

י (Yod), valor 10, que representa la chispa divina, el principio de la creación y la pequeña pero poderosa esencia de lo sagrado.

ק (Kuf), valor 100, que sugiere totalidad, perfección y la elevación espiritual.

ה (Hei), valor 5, que señala la manifestación de la luz y la revelación.

ל (Lamed), valor 30, la letra final que destaca por su altura y dinamismo; Lamed simboliza el aprendizaje, la aspiración y la dirección hacia lo superior.


La suma total de estos valores es:

6 + 10 + 100 + 5 + 30 = 151.


En lugar de enfocarnos en su valor total (151), podemos optar por sumar sus dígitos: 1 + 5 + 1 = 7. Este 7 es profundamente significativo, pues simboliza la integridad, la perfección y la culminación—aspectos que resuenan especialmente en la instauración del Shabbat.


Podríamos entonces entender que Vayakhel, una expresión de convocatoria a para participar en la construcción del Mishkan, nos está mostrando una profunda relación entre el Mishkan y el Shabbat, así como lo había sugerido mi rabino en sus enseñanzas.


Tratando de aprender más acerca de esto, me encontré con un análisis muy interesante del libro de Shemot (Éxodo), que va muy de la mano con el concepto que ya hemos analizado acerca de la ausencia de orden cronológico en los relatos de la Torah. Este análisis hecho por varios Eruditos establece que podemos utilizar la técnica de QUIASMO literario para encontrar conexiones y orden en el relato.


El quiasmo es una estructura literaria en la que las ideas se disponen en un patrón simétrico, de modo que los elementos del principio tienen su correspondencia en el final, y en el centro se encuentra un punto crucial de crisis o transformación. Esta estructura es común en la Torah, donde se usa para enfatizar conceptos clave o crear paralelismos poéticos y narrativos.


En nuestra narrativa abarcamos los siguientes temas, organizados en la siguiente estructura:


A – B – C – D – E – D′ – C′ – B′ – A′


A: La nube de Hashem en Mishpatim, cuando Moshé sube a recibir las Tablas del Pacto.

B: La orden de construir el Mishkan en Terumah, el mandato de erigir un espacio sagrado.

C: La designación y preparación de los cohanim en Tetzavé, para que sean portadores de la santidad.

D: La santificación del Shabbat, anunciada en Ki Tisá, como señal del pacto.

E: la Entrega de las 1eras tablas en Ki Tisa.

• F: El Becerro de Oro  - Egel HaZahav (עֵגֶל הַזָּהָב), narrada en Ki Tisa, como el punto central de crisis, en donde se intenta materializar lo divino de forma errónea.

E’: la Entrega de las 2das tablas.

D′: La renovación del pacto mediante las segundas Tablas, tras la intercesión de Moshé.

C′: La culminación del servicio sacerdotal, donde en Pekudei se confeccionan las vestimentas de los cohanim.

B′: La finalización del Mishkan en Vayakhel/Pekudei, consolidando el espacio sagrado.

A′: La nube desciende sobre el Mishkan, sellando la presencia de Hashem en el nuevo santuario.


La pregunta que me surge ahora es: ¿Hay alguna narrativa dominante en los textos?Un análisis general de los temas centrales de las últimas parashiot nos muestra que el eje central de las lecturas ha sido la construcción del Tabernáculo- Mishkan, una estructura móvil/portatil como morada de Hashem en este mundo material, con la mencion de un tema bastante relevante pero que aparentemente no tiene relación aparente con la construcción del Mishkan, El Shabbat, El Día de descanso, el mismo que apunta la Gematria de la palabra Vayakhel.


Asumamos por un momento que todos estos relatos, incluyendo el Becerro de Oro y el mismo Shabbat realmente está relacionado con una idea central: construir un espacio sagrado, un nuevo Gan Eden, donde la presencia divina pueda habitar de manera correcta.


El Jet HaEgel como intento Fallido de materializar la Presencia Divina


El concepto de “jet hahegel” se utiliza en ciertos análisis místicos para señalar el error de intentar encapsular o “materializar” la presencia divina en un objeto finito, como ocurrió con el becerro de oro (עֵגֶל הַזָּהָב).


Según esta interpretación, la gematría de “jet hahegel” es 126, que se puede ver como el producto de 6 por 21:


6: Representa los seis días de la creación, la jornada de melajá (trabajo creativo) que nos llevó a edificar el mundo y, en el caso del Mishkan, a construir un santuario físico en el espacio.


21: En la mística judía, el número 21 se asocia con la estructura interna de la santidad y la revelación, simbolizando ese aspecto inmaterial y trascendental de la presencia divina. Este número es el equivalente de El nombre divino “Ehyeh” (אהיה), reflejando la naturaleza eterna e inmutable de Dios.


Multiplicando 6 por 21, se obtiene 126, lo cual subraya la idea de que nuestros esfuerzos humanos (la labor de la creación y la melajá) son inherentemente limitados frente a lo infinito y la plenitud de lo sagrado. Este valor nos recuerda que intentar confinar lo divino en una forma material (como sucedió con el becerro de oro) es un proceso incompleto y fallido.


En resumen, la gematría de “jet hahegel” (126) simboliza la insuficiencia de nuestros intentos de capturar lo ilimitado en contenedores finitos, destacando la necesidad de construir, de manera correcta, espacios sagrados—tanto en el ámbito físico (el Mishkan) como en el temporal (el Shabbat)—para abrirnos verdaderamente a la presencia infinita de Hashem.


El Mishkan y el Shabbat: Creando Espacio para la Presencia Divina


La Torá nos presenta dos modelos para hacer un espacio para la presencia divina:


1) El Mishkan - Un Lugar en el Espacio (Melajá)



El Mishkan es la respuesta al anhelo de reconectar con la Divinidad después de la ruptura causada por el Jet HaEgel (el Becerro de Oro). Es un esfuerzo humano para restaurar la armonía perdida del Gan Eden, un intento de volver a ese estado en el que la presencia de HaShem era completamente manifiesta.


La construcción del Mishkan es descrita con la palabra melajá (מְלָאכָה), un término que no significa simplemente “trabajo”, sino un tipo de acción creativa y transformadora. El pueblo de Yisrael, en un acto de rectificación, participa en la materialización de un espacio sagrado donde la Shejiná pueda habitar.


Los detalles del Mishkan reflejan la creación del mundo:

Los materiales preciosos (oro, plata, madera de acacia) representan los diferentes niveles de la realidad material y su elevación a un propósito sagrado.

Los querubines sobre el Arón evocan los querubines que guardaban la entrada del Gan Eden, sugiriendo que el Mishkan es un camino de regreso.

Las vestimentas del Cohen Gadol simbolizan la armonía del cosmos, como si cada hilo y piedra preciosa fueran una manifestación de las fuerzas celestiales.


El Mishkan, entonces, no es solo un santuario. Es un microcosmos del universo y un eco del Gan Eden en el mundo material.


2) El Shabbat - Un Lugar en el Tiempo (Asá)



Mientras que el Mishkan es un contenedor físico para la presencia de HaShem, el Shabbat es un contenedor temporal. No tiene paredes de oro ni columnas de madera, pero es igualmente real.


La Torá nos dice:


“לַעֲשׂוֹת אֶת הַשַּׁבָּת לְדֹרוֹתָם, בְּרִית עוֹלָם”

“Laasot et haShabbat ledorotam, berit olam”

“Hacer el Shabbat para sus generaciones, como pacto eterno” (Shemot 31:16).


Pero, ¿cómo se hace el Shabbat? No se trata de construir algo tangible, sino de transformar el tiempo en un canal de espiritualidad.


La palabra clave aquí es asá (עָשָׂה), que implica una acción no siempre física, sino espiritual. “Hacer el Shabbat” significa darle una dimensión sagrada al tiempo, crear un Mishkan en el tiempo. Al abstenernos de la melajá, lo que hacemos es reconocer que el mundo ya está completo en su esencia, que no necesitamos agregar ni cambiar nada.


Así como el Mishkan se construyó con melajá, el Shabbat se construye con asá, pero en dirección opuesta: mientras el Mishkan transforma el mundo material en un espacio sagrado, el Shabbat transforma el tiempo en un lugar de conexión con HaShem.


Cuando encendemos las velas, cuando recitamos el Kiddush, cuando nos alejamos del trabajo y las preocupaciones diarias, estamos participando en el mismo proceso que los constructores del Mishkan: hacemos espacio para HaShem, pero no en la materia, sino en el tiempo mismo.


El Gan Eden y el Propósito de la Construcción Sagrada



Si el Mishkan es un reflejo del Gan Eden en el espacio y el Shabbat es un reflejo del Gan Eden en el tiempo, ¿qué nos está enseñando la Torá?


En el Zohar, el Gan Eden no es solo un lugar físico, sino un estado de conciencia donde la presencia de HaShem es completamente revelada. Antes del Jet HaEgel, la humanidad vivía en un estado de armonía con la Divinidad. Pero tras la caída, el acceso a ese nivel de realidad se cerró.


El Mishkan y el Shabbat son dos caminos para restaurar esa conexión perdida:


El Mishkan recrea el Gan Eden en la dimensión del espacio. Es un intento de devolver la Shejiná a la tierra, de construir un “puente” entre los mundos superior e inferior.


El Shabbat nos permite entrar en el Gan Eden en la dimensión del tiempo. Es un acceso directo a la armonía original, sin necesidad de oro, plata o madera, sino a través del reposo, la contemplación y la conexión espiritual.


Ambos son necesarios. Si solo tuviéramos el Mishkan, nuestra relación con lo divino estaría limitada a un lugar físico específico. Si solo tuviéramos el Shabbat, podríamos perder de vista la importancia de traer santidad al mundo material.


Más Allá del Espacio y el Tiempo: El Verdadero Mishkan


Pero hay algo aún más profundo. Ni el Mishkan ni el Shabbat dependen de estructuras físicas o momentos específicos. La Torá nos da una pista de esto en el mismo nombre Mishkan (מִשְׁכָּן).


Si reorganizamos las letras, obtenemos Shem Kan (שֵׁם כָּן), que significa “El Nombre Aquí”.


El verdadero Mishkan no es una tienda de campaña en el desierto ni un templo en Yerushalaim. El verdadero Mishkan es donde el Nombre de HaShem habita. Y si el Shem Kan, entonces nosotros mismos podemos ser ese lugar.


Cuando llevamos la conciencia de HaShem dentro de nosotros, cuando vivimos nuestras vidas con intención y espiritualidad, nos convertimos en un Mishkan andante. No necesitamos muros de oro ni querubines tallados, porque nosotros somos el contenedor donde la Shejiná puede morar.


¿Y cómo construimos ese Mishkan interno?



La construcción del Mishkan físico requirió materiales, habilidades y la participación activa del pueblo. Del mismo modo, la edificación de nuestro Mishkan interno demanda herramientas espirituales y un esfuerzo consciente. La Torá nos brinda estas herramientas, y cada una de ellas nos acerca a la manifestación de la presencia divina dentro de nosotros.


Las mitzvot son los ladrillos. Cada acción sagrada que realizamos, cada acto de bondad y justicia, es un paso en la construcción de nuestro santuario interno. No se trata de un trabajo extenuante, sino de un compromiso constante y voluntario, un acto de intención pura que moldea nuestra alma y crea un espacio para la Shejiná.


La tefilá es la lámpara encendida en el Kodesh HaKodashim de nuestro corazón. Así como la menorá iluminaba el Mishkan, la plegaria ilumina nuestra conciencia, conectándonos con la Luz de HaShem y alineando nuestra voluntad con la voluntad divina.


El estudio de la Torá es la voz de HaShem resonando dentro de nosotros. Es la revelación continua, el eco de la sabiduría divina que nos guía en la construcción de una vida con propósito. Cada palabra de Torá que integramos en nuestra mente y corazón es una piedra fundamental en nuestro santuario interior.


El Shabbat es la dimensión temporal de nuestra morada divina. Es la apertura semanal de nuestra conciencia a la eternidad, el recordatorio de que no solo construimos en el espacio, sino también en el tiempo. Así como el Mishkan era un espacio para la presencia divina, el Shabbat es un momento donde lo eterno se encuentra con lo temporal.


Sin embargo, el Mishkan no se sostiene solo con estructura y rituales; requiere trabajo espiritual y confianza.


El trabajo espiritual es la verdadera construcción. Es el esfuerzo por refinar nuestros pensamientos, emociones y acciones. No es un trabajo físico extenuante, sino un proceso de elevación, de transformar lo cotidiano en sagrado mediante nuestra intención y conciencia.


El trabajo físico, aunque ligero, es fundamental. No se nos exige un sacrificio desgastante, sino demostrar voluntad: la disposición de abrir nuestras manos, de ofrecer lo que tenemos, de participar activamente en la creación de un espacio para la presencia divina.


La confianza en HaShem es el fundamento sobre el que se erige todo. Así como Betzalel construyó el Mishkan con sabiduría y fe, nosotros debemos confiar en que cada esfuerzo espiritual y cada mitzvá tiene un impacto real en nuestra conexión con lo divino.


—————————


Parashat Vayakhel nos enseña que la presencia de HaShem no está limitada a un espacio físico ni a un tiempo específico. Antes de ordenar la construcción del Mishkan, Moshé recuerda al pueblo la santidad del Shabbat, enseñándonos que el verdadero santuario no es solo un lugar, sino también un estado de conciencia. El Mishkan representa la santificación del espacio, mientras que el Shabbat es el Mishkan en el tiempo, un recordatorio semanal de que la conexión con HaShem no depende de estructuras materiales, sino de nuestra disposición espiritual.


El Mishkan físico ya no existe, pero el Shem-Kan —el lugar donde el Nombre mora— sigue presente. No está en un punto geográfico ni en un edificio, sino dentro de cada persona que elige hacer de su vida un santuario para la presencia divina. Cada mitzvá es un ladrillo en la construcción de ese Mishkan interno, cada Shabbat es una puerta al infinito, y cada acto de conexión nos acerca al Gan Eden, porque el verdadero paraíso no es un lugar perdido, sino la conciencia de la presencia divina en cada instante.


Así como el Mishkan en el desierto fue una réplica del Gan Eden en la tierra, también podemos convertir nuestra vida en un Mishkan viviente. No necesitamos esperar un momento especial ni un lugar sagrado; cada espacio y cada instante pueden ser sagrados si los llenamos de intención y conexión con HaShem. La pregunta es: ¿estamos listos para construirlo?

 
 
 

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